“Mi amigo divino” (Parte III)

Lo que aún tengo por deciros es que mi Amigo “manda su luz desde el cielo” y rasga la oscura noche. Eso fue también lo que hizo por mí. Su luz radiante iluminó mi vida y me condujo a Jesús, nuestro Salvador. ¡Nunca podré agradecérselo lo suficiente!

Pero Él no se contenta con iluminarme y guiarme a la salvación a mí, que soy un pobre hombre. Él irradia su luz a este mundo para que todos los hombres reconozcan al Mesías que el Padre Celestial nos envió.

¿Veis cómo es mi Amigo divino?

Es el “Padre amoroso del pobre”, de aquel que lo busca y espera de Dios la salvación; de aquel que no se apoya en sus propias fuerzas, sino que se sabe necesitado de Él. A estos “pobres” los colma de sus dones y quiere iluminar cada corazón con su luz.

Éste mi Amigo divino sabe consolar el alma, recordándole siempre la presencia de Dios cuando ella está en peligro de olvidarlo. Así, se convierte en “gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos”. Él nunca dejará sola al alma, mucho menos cuando ella más lo necesita. También en las horas de oscuridad podemos confiar en Él sin reservas e invocar simplemente su Nombre en silencio: “Ven, Espíritu Santo”. Él penetra hasta el fondo del alma y esparce su luz en las tinieblas, de modo que éstas tienen que ceder.

Mi Amigo divino es poco exigente y, a la vez, muy exigente. Por eso, se alegra y nos agradece por todo el bien que hagamos al seguir sus instrucciones. Pero también es exigente. Una vez que hemos dado nuestro “sí” a su amor, Él quiere todo nuestro amor. Nos incita a amarle plenamente y sin reservas, y nos exhorta día a día a crecer en el amor. Le escucharemos decirnos: “Tú puedes amar más aún. ¡No te detengas!”

Mi Amigo divino quiere sanarnos y salvarnos. Quiere que nuestra alma reciba el alimento que necesita para ser sanada de todas las consecuencias del pecado y de los extravíos. Sobre todo, quiere que reconozcamos a Dios como nuestro amoroso Padre, porque el amor es fuerte y quien acoge el amor de Dios se vuelve sano.

Así, “riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, infunde calor de vida en el hielo”. Él siempre trae la verdadera vida. Él despierta lo que está marchito, para que dé fruto en abundancia; esos maravillosos frutos del Espíritu que ennoblecen a los hombres y los convierten en hijos de Dios y reyes en el Reino del amor.

Mi Amigo divino no descansa ni se cansa. Él reúne en su Iglesia a aquellos que le escuchan y los instruye en sus caminos. Él mismo va por delante, así como lo hizo con los Apóstoles. Si la Iglesia se desvía, la llama urgentemente a la conversión, porque el pecado y el error son ajenos a ese amor con el que quiere adornar a la Esposa de Cristo para el Retorno de su Señor.

¡Seguro que desde hace tiempo habéis descubierto quién es mi Amigo divino!

Es el Espíritu Santo, que quiere encontrar a su Iglesia vigilante y orante, fiel a la fe que le ha sido confiada. Él quiere ver a los Suyos como diligentes obreros en la mies de Dios, anunciando la salvación a todos los hombres en su fuerza. Si no los encontrara así, se entristecería. Y entonces les correspondería a los fieles consolarlo con su amor.

Así, pues, pongo en manos de mi amado Amigo a toda la humanidad y a la Esposa de Cristo, y así también a todos vosotros que habéis escuchado mi relato. ¡Que Él conduzca a todos los hombres a la luz de la verdad!