Los pensamientos de Dios no son los de los hombres

Mc 8,27-35

En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos hacia los poblados de la región de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” Ellos le respondieron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.” Él les preguntó: “Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro le contestó: “Tú eres el Cristo.” Entonces les ordenó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él.

Jesús comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que le matarían y que resucitaría a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: “¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.”

 

Puesto que ya he reflexionado sobre este pasaje del evangelio en meditaciones anteriores (http://es.elijamission.net/los-pensamientos-de-los-hombres-no-son-los-de-dios/), quisiera hoy centrarme en aquella parte cuando Pedro pretende reprender al Señor, por lo que les había dicho tan abiertamente sobre su Pasión, Muerte y Resurrección.

¡Este pasaje es enormemente importante para el discernimiento de los espíritus! Ciertamente Pedro actuó movido por una buena intención a nivel subjetivo. Probablemente le habrá dado a entender a Jesús que no debería ir a Jerusalén, donde le esperaba tanto sufrimiento.

Recordemos que, en otra situación determinada, los parientes de Jesús también quisieron impedir que Jesús continuara Su misión con la gente, porque decían que “estaba fuera de sí” (Mc 3,21).

¡La reprensión de Jesús es muy clara! El Señor ve que Satanás está detrás, actuando a través de Pedro y valiéndose de los pensamientos humanos, para impedir que Jesús cumpla Su misión.

Para nosotros es importante entender que Satanás no siempre ataca directamente. En cierto modo, él prefiere esconderse detrás de las seducciones del mundo, de las apetencias de la carne o también de los pensamientos y sentimientos humanos. Estos últimos a menudo no están centrados en Dios, y un verdadero cambio en nuestra forma de pensar y actuar suele ser un proceso bastante largo.

Si ahora el “espíritu humano” domina cada vez más en nuestra Iglesia, el enfoque deja de estar puesto en Dios y la capacidad de discernimiento se nubla. Entonces, la Iglesia ya no ve la situación correspondiente desde la perspectiva de Dios, tratando de entenderla a partir de Él; sino que sucede lo contrario. Empieza a dominar una visión mundana y humana, y precisamente de esta situación puede valerse Satanás para sus propósitos.

Quisiera aclarar lo dicho con un ejemplo concreto:

Nos encontramos actualmente en una situación peculiar en relación con la crisis del coronavirus. No quiero aquí discutir sobre las medidas que se proponen. Pero lo que llama la atención es que los pastores de la Iglesia apenas plantean públicamente la pregunta de qué es lo que Dios quiere decirnos al permitir una plaga tal. Sin embargo, es ésta la dimensión decisiva para obtener una visión más amplia y comprender el sentido de esta permisión de Dios. En lugar de ello, casi sólo se escucha la exhortación a que se cumpla tal o cual medida, y se quiere volver cuanto antes a la “vida normal”, para lo cual se está dispuesto a pagar casi cualquier precio.

Vemos, entonces, que se pone el enfoque principalmente en aspectos humanos, intentando encontrar una solución también a nivel humano. Así, Satanás logra fácilmente que no se toque la cuestión de la que en realidad se trata. Se trata de la conversión de los hombres a Dios, porque desde hace mucho tiempo sus pecados claman al cielo y se vuelven cada vez más públicos. Entonces, si Dios permite una plaga tal a causa de los pecados, está haciéndonos un llamado a la conversión, a la penitencia y a la expiación.

Quizá son palabras que a uno no le gusta escuchar. Pero no se trata de una mortificación sombría, pesada y obstinada; sino de que nosotros, como creyentes, asumamos la responsabilidad.

En primer plano está nuestra propia y sincera conversión, la profundización en nuestro camino de seguimiento de Cristo y el desprendernos de aquellas cosas que nos obstaculizan.

En cuanto a la expiación, podemos ofrecerle al Señor nuestra oración perseverante, asegurarle nuestro amor e interceder por aquellos que se dejan seducir al desprecio de los mandamientos de Dios, y que desaprovechan la gracia de la reconciliación que el Señor nos ofrece.

Un buen ejemplo de ello es la oración de Fátima: “Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu infinita misericordia.”

Si ponemos en práctica estas indicaciones, en lugar de movernos solamente en nuestra forma de pensar humana, ciertamente entenderemos mejor el sentido de que Dios haya permitido una situación así. También daremos una respuesta más auténtica a esta plaga si la consideramos como un llamado de Dios, que si obviamos la dimensión sobrenatural en todo este acontecimiento.

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