La vida según el Espíritu

Descargar MP3

Descargar PDF

Rom 8,1-11

Ahora no pesa condena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús, pues, por la unión con Cristo Jesús, la ley del Espíritu de vida me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Lo que no pudo hacer la Ley, reducida a la impotencia por la carne, lo ha hecho Dios: envió a su Hijo encarnado en una carne pecadora como la nuestra, haciéndolo víctima por el pecado, y en su carne condenó el pecado.

Así, la justicia que proponía la Ley puede realizarse en nosotros, que ya no procedemos dirigidos por la carne, sino por el Espíritu. Porque los que se dejan dirigir por la carne tienden a lo carnal; en cambio, los que se dejan dirigir por el Espíritu tienden a lo espiritual. Nuestra carne tiende a la muerte; el Espíritu, a la vida y a la paz. Porque la tendencia de la carne es rebelarse contra Dios; no sólo no se somete a la ley de Dios, ni siquiera lo puede. Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Los textos bíblicos de los últimos días nos han mostrado la seriedad de la lucha contra el pecado; un combate que nadie puede evadir, si quiere emprender un auténtico camino de seguimiento de Cristo. Incluso hay un pasaje de la Carta a los Hebreos en el que se nos dice que aún no hemos resistido en nuestra lucha contra el pecado hasta el punto de derramar sangre (cf. Hb 12,4).

Entonces, es necesario hacer una renuncia total al pecado, sin relativizarlo, sin restarle gravedad, sin jugar con él… ¡Preferir morir antes que vivir conscientemente en pecado mortal! Hasta ese punto puede llegar la decisión…

Tanto la lectura como también el evangelio de hoy nos insisten en ello. “La tendencia de la carne es rebelarse contra Dios”… ¡Conviene hacer caso a las palabras de la Sagrada Escritura y al auténtico Magisterio de la Iglesia, y no escuchar aquellas voces que quieren justificar y relativizarlo todo! Esta última postura no es, de ninguna manera, amor, porque, al minimizar actitudes tan equivocadas, no se está teniendo en vista la salvación de la persona; sino que se están fomentando las tendencias de la carne, que desembocan en la muerte.

¡También el evangelio de hoy es clarísimo (Lc 13,1-9)! El que no se convierte está en peligro de perecer.

La situación es distinta cuando, a pesar de haber tomado realmente la decisión de evitar el pecado, hemos sido débiles. Entonces Dios vendrá a nuestro encuentro con su misericordia y nos levantará. ¡De ello no cabe duda!

Los textos de hoy nos indican qué hemos de hacer ante esta lucha interior que se da entre la carne y el espíritu: ¡Vivir según el Espíritu de Dios! “Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida.”

Y también el evangelio nos da una directriz:

“Dijo entonces al viñador: ‘Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?’ Pero el viñador contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas.’”

El que escucha a diario estas meditaciones, podrá notar que aquí se hace referencia a lo que ya habíamos hablado hace un par de días; a saber, que uno puede reparar lo que ha hecho mal y recuperar lo desaprovechado. En el contexto del evangelio, podemos verlo hoy bajo el serio peligro de que uno podría estar fallando a su destinación.

Entonces, es la vida según el Espíritu del Señor, bajo la guía del Espíritu Santo, la que puede producir aquellos frutos que el hombre de la parábola de hoy quiere ver en su higuera…

En este punto, retomemos el tema de ayer, en el que veíamos cuán importante es, por ejemplo, refrenar la ira. Como su opuesto, tenemos la mansedumbre, uno de los frutos del espíritu, que hace que la persona se domine a sí misma y le proporciona paz interior.

La mansedumbre tiene la tarea de domar y apaciguar todos los movimientos desordenados de las pasiones, haciendo al alma capaz de tener dominio sobre sí misma y de permanecer calmada incluso ante circunstancias difíciles y provocativas.

La mansedumbre no solamente es importante en lo que respecta al trato con las otras personas; sino que también lo es para la vida de oración y la unificación con Dios.

“A Dios no se lo encuentra en el torbellino de la irritación; sino sólo en la paz y serenidad interior. Si el alma está afectada por sentimientos de ira, aunque sea solo un poco, no podrá percibir los suaves impulsos de la gracia, ni el silencioso susurro de la voz de Dios. El estrépito de las pasiones le impide prestar oído al Maestro interior, y así pierde su guía y ya no actúa de acuerdo a la complacencia de Dios; sino que se deja llevar por los caprichos de su impulsividad, que la llevarán a errar.”(P. Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D., Intimidad Divina, Tomo III: La mansedumbre)

¡Aspiremos la vida del Espíritu, para enraizarnos en el Señor!

En cuanto a la ira, existe también la así llamada “ira santa”, que vemos, por ejemplo, cuando el Señor purifica el templo (cf. Jn 2,13-22). Esta ira santa sí existe, pero no debemos apelar inmediatamente a ella para justificar nuestra propia ira.

Podemos unirnos a esta oración del venerable Luis De La Puente:

“En cuanto percibo que la ira se enciende en mí, quiero recoger mis fuerzas, no con vehemencia, sino con mansedumbre; no con violencia, sino con suavidad. Quiero intentar reestablecer la paz en mi corazón. Pero, puesto que sé bien que yo solo no soy capaz de ello, quiero invocar Tu auxilio, así como los apóstoles acudieron a Ti en medio de la tormenta, zarandeados por las furiosas aguas.”