La vida floreciente

El primer paso en la conversión es reconocer la propia culpa…

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Os 14,2-10

Así dice el Señor: «Vuelve, Israel, a Yahvé tu Dios, pues tus culpas te han hecho caer. Preparaos unas palabras, y volved a Yahvé. Decidle: “Quita toda culpa; acepta lo bueno; y en vez de novillos, ofrecemos nuestros labios. Asiria no nos salvará, no montaremos a caballo, y no diremos más ‘Dios nuestro’ a la obra de nuestras manos, oh tú, que te apiadas del huérfano”. –Yo sanaré su infidelidad, los amaré sin que lo merezcan, pues mi cólera se ha apartado de él.

«Seré como rocío para Israel; florecerá como el lirio y hundirá sus raíces como el Líbano. Sus ramas se desplegarán, su esplendor será como el del olivo y su fragancia como la del Líbano. Volverán donde él los que habitaban a su sombra; harán que renazca el trigo, florecerán como la vid, su fama será igual que la del vino del Líbano. Efraín… ¿qué tengo yo que ver con los ídolos? Yo respondo y lo protejo; yo soy como un ciprés siempre verde, y de mí procede su fruto. ¿Quién es la persona sabia capaz de entender estas cosas?, ¿quién el inteligente para conocerlas?: rectos son los caminos de Yahvé, y por ellos caminan los justos, mas los rebeldes en ellos tropiezan.»

¡Es una inmensa alegría el poder ver la íntima relación que Dios tiene con Su Pueblo! ¡Qué palabras tan conmovedoras utiliza para llamarlo a la conversión y, a la vez, mostrarle la gran bendición que sobrevendrá en la vida del Pueblo una vez que escuche la voz del Señor!

El camino que el Pueblo de Israel ha de seguir está claramente señalado y corresponde al camino de una auténtica conversión. En primer lugar, se habla de reconocer la propia culpa.

A muchas personas les resulta difícil dar este paso, porque parecería que no soportan admitir sus faltas y la culpa. Quizá tienen aún una falsa imagen de Dios en su interior, y temen que Él podría exigirles que lo paguen hasta el resto de sus vidas o que los perseguiría a causa de sus culpas.

Quizá también, al reconocer la culpa, caería al piso la imagen que se han hecho de sí mismos, considerándose impecables y perfectos. Posiblemente se manifiesta también un profundo complejo interior, que impide un verdadero conocimiento de sí porque sentirían que ya no valen, y esto no lo podrían soportar.

Existen también otras formas más de ceguera, que impiden dar este primer paso en la conversión. Un aspecto más que podría dificultarlo es que la culpa frente a Dios puede también relacionarse con culpas frente a otras personas, lo cual implicaría reconocer ante ellas las faltas cometidas. Pero de todos los obstáculos mencionados, el más importante es el de la falsa imagen que se tiene de Dios.

La lectura de hoy, al igual que tantos otros pasajes de la Sagrada Escritura, nos muestra con toda claridad la imagen de un Dios amoroso y compasivo: “Yo sanaré su infidelidad –dice el Señor–, los amaré sin que lo merezcan”. Dios tiende su mano a sus hijos de todas las formas posibles, para conducirlos a la conversión.

Partiendo de esta idea, podríamos contemplar ahora todos los relatos de la Sagrada Escritura: desde la Creación del hombre a Su imagen hasta la Encarnación del Hijo de Dios; su Muerte redentora, su Presencia en la Santa Eucaristía y todas las incontables pruebas del amor divino en la vida de los hombres… ¡Y en todo reconoceremos el amor que nos tiene!

Cuanto más sepamos descubrir este amor de Dios –y podemos pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a reconocerlo cada vez mejor–, tanto más crecerá el arrepentimiento de haber pecado contra Él (y contra los hombres). Un profundo arrepentimiento significa reconocer que se ha herido el amor y la verdad por propia culpa. Ésta es la verdadera contrición, que transforma nuestro corazón y lo hace dócil a la Voluntad de Dios; que nos hace perder el miserable orgullo de defendernos constantemente y nos hace más receptivos para escuchar al Señor y conocerlo mejor.

El texto mismo nos describe cuál es el resultado: Israel se aparta de la idolatría y ya no pone su confianza en sus propias fuerzas; sino que, al contrario, reconoce a Dios como Él es en verdad. ¡Es un Dios que se apiada de los huérfanos, que quiere sanar la infidelidad y que, por pura gracia, vuelve a mostrar Su amor!

Con esta conversión, inicia una vida nueva, pues ahora la vida de la gracia puede crecer en la persona. Con todas las maravillosas comparaciones que utiliza el Señor para describir cómo florece esta nueva vida, Él quiere dar a entender al hombre que es ésta su verdadera vida, que ya no tenga nada que ver con los ídolos y que reconozca las sendas rectas del Señor y se encamine en ellas.

Todas estas maravillosas palabras de la lectura de hoy nos invitan a reconocer mejor el amor de Dios y a confiarle a Él toda nuestra vida.

Aquellos que ya han vivido una conversión, han de profundizarla y, con la ayuda del don de temor de Dios, han de percibir cada vez más sutilmente la más mínima desviación del camino del amor. El don de piedad nos ayudará a reconocer qué es lo que le agrada a Dios y nos impulsará a ponerlo por obra. Así, nuestra vida se volverá cada vez más resplandeciente en la luz de la gracia y más floreciente, y nos haremos capaces de cumplir con alegría la tarea que Dios nos ha confiado en nuestra peregrinación por este mundo.