La posición del católico ante la Nueva Era

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En ocasiones nos llegan preguntas de parte de los que escuchan a diario nuestras meditaciones. Cuando se trata de cuestiones que sean de interés para todos, quisiera dedicar los últimos días del mes a responderlas. Hoy tenemos una pregunta que es muy amplia y que, dentro de este marco, podré responder sólo en parte.

La pregunta es la siguiente:

¿Cuál debe ser la postura de un católico ante la Nueva Era?

Antes de dar una respuesta, conviene hacer una breve síntesis de las diversas corrientes que confluyen en la Nueva Era. Encontramos, entre otras, las prácticas ocultas del antiguo Egipto, la cábala, el gnosticismo de los primeros siglos del cristianismo, el sufismo, la “sabiduría de los druidas”, el “cristianismo celta”, la alquimia medieval, el hermetismo del renacimiento, el budismo Zen y el yoga. Es un sincretismo de elementos esotéricos y seculares. Es un resurgir de las religiones paganas, con influencias tanto de las religiones orientales, como también de la psicología moderna, así como del movimiento filosófico, científico y cultural de los años 50 y 60.

Lo que tienen en común todas estas corrientes es que son ajenas a la fe cristiana, o incluso hostiles frente a ella. Es por eso que no se trata de ideas filosóficas simplemente “neutrales”, respecto a las cuales pueden haber distintos puntos de vista. Antes bien, se manifiesta aquí, en menor o mayor intensidad, un espíritu distinto, que no conduce a la Redención de Cristo, sino que aleja de Él.

Esto cuenta particularmente cuando no sólo se lee cierta literatura esotérica, sino que se participa en sus prácticas, o en las así llamadas “terapias integrales” u “holísticas”. Existe una amplia gama de accesos a estas terapias, algunas de los cuales están influenciadas por antiguas tradiciones culturales, religiosas o esotéricas. Otras albergan influencias de las teorías psicológicas que se desarrollaron entre los años 60 y 70. Por eso hay que discernir con cautela qué es lo que podemos adoptar y cuáles de los métodos curativos son dudosos, por lo que habría que distanciarse de ellos.

En todas estas terapias, se afirma que la fuente de la sanación está en nosotros mismos, y que podremos alcanzarla si entramos en contacto con nuestra energía interior o con la energía cósmica.

Ciertamente la influencia que pueda tener sobre nosotros la Nueva Era dependerá de la intensidad con que participemos en sus contenidos y prácticas. Pero, a nivel general, debemos distanciarnos de ella, porque nos abrirá a ese “otro espíritu” , que, a la larga, nos apartará del Señor y de la fe cristiana. Además, estaríamos dando un testimonio equivocado a aquellos que están en búsqueda religiosa, como diciéndoles que la fe católica sería compatible con la Nueva Era.

Eso no significa que Dios no pueda acompañar la búsqueda religiosa de una persona, aunque esté enredada en toda la confusión de la Nueva Era. Tal vez para alguien que no haya tenido una vivencia de la fe, el contacto con la Nueva Era pueda ser como un primer encuentro con el ambiente religioso. Si conocemos personas que estén en esta situación, hemos de orar por ellas e intentar guiarlas hacia el camino recto. Pero hay que estar conscientes de que probablemente habrá resistencia de su parte, porque, cuando alguien se ha metido más profundamente en la Nueva Era, es posible que la sienta superior a la fe católica. Le parecerá que se ha adentrado en un espacio más grande y más amplio que el camino cristiano, y no se da cuenta de que está equivocado. Estas personas suelen armonizar y conciliar todo, incluso las diferentes religiones. Ya no se plantea la cuestión de la verdad, y si uno, por el contrario, habla de la verdad absoluta, lo considerarán limitado; dirán que no posee un horizonte amplio, porque “cada cual puede tener su propia verdad”.

Si aplicamos el espíritu de discernimiento, resultará difícil entender cómo es que los contenidos de la Nueva Era están siendo adoptados incluso por personas católicas, o, peor aún, se los está ofreciendo en instituciones cristianas. Todavía más sorprendente es que haya monasterios donde se practica el Zen y el yoga.

Una de las razones podría ser la falta de vivencia de la verdadera espiritualidad cristiana, la falta de conocimiento de la tradición contemplativa de nuestra Iglesia y la desacralización de la vida eclesial, particularmente de la liturgia.

A estas carencias viene a añadirse una comprensión incompleta o incluso errónea sobre el manejo que se ha de tener para con las otras religiones y corrientes de pensamiento. En este punto predomina un extraño optimismo, y a menudo se olvida que el diálogo con las otras religiones debe tener como fin el que reconozcan al único Redentor: Jesucristo. Así, está actuando un espíritu ajeno, que debilita por dentro la fe católica; un espíritu a quien hay que rechazar en lugar de abrirle las puertas, tanto a nivel personal como a nivel de la Iglesia.