La lucha contra el demonio (Parte I)

Descargar MP3

Descargar PDF

En el “ciclo de espiritualidad” que estamos recorriendo hasta el miércoles de ceniza, hemos tratado ya sobre la lucha con uno de los tres grandes enemigos, a los que nos enfrentamos en el camino de seguimiento de Cristo. Hablamos sobre aquel enemigo que habita en nosotros mismos, y que, a causa de nuestra naturaleza humana con sus malas inclinaciones, quiere apartarnos del camino del Señor, o, al menos, estorbarnos. Otro de nuestros grandes enemigos es el Diablo, que está siempre presto a atacarnos y quiere utilizar a los otros dos enemigos como camuflaje: nuestra naturaleza caída y la atracción del mundo.

Por eso, sin prestarle demasiada atención ni dejarnos impresionar, conviene que veamos cómo trabaja este ángel caído. Pero lo importante para nosotros es que el Señor ha venido para destruir las obras del Diablo (cf. 1Jn 3,8) y, en el desierto, Él rechazó sus tentaciones por nosotros. Por eso, meditemos primero estas tres tentaciones de Jesús en el desierto, porque su forma de rechazarlas será siempre nuestra orientación para saber resistir a las insidias del enemigo.

Recordemos que, en el Paraíso, el hombre fue tentado por el diablo, con el fin de robarle su estado de gracia e involucrarlo en la rebelión de los ángeles caídos contra Dios (cf. Gen 3,1-7).

Ahora, el Tentador se acerca al Hijo de Dios para hacerlo caer (cf. Mt 4,1-11). Jesús había ayunado durante cuarenta días en el desierto, antes de iniciar su vida pública. Este suceso nos recuerda, tanto por el sitio como por la duración, a los cuarenta años en que los israelitas atravesaron el desierto antes de entrar a la Tierra Prometida. Cuando Jesús concluía ya su ayuno y empezaba a sentir hambre, se le acercó el Tentador para proponerle que pusiera fin al ayuno mediante un milagro. Al mismo tiempo, quiso seducir a Jesús para que le diera una prueba de que es Hijo de Dios: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.”

Aquí sale a la luz la osadía del Diablo. Le pone a Jesús una exigencia, como si tuviese derecho a reclamar una prueba. Se presenta disfrazado en una máscara de piedad, queriendo que Jesús, por la debilidad y el hambre tras el largo ayuno, ceda a sus necesidades biológicas. Y en la misma tentación le reta a dar una prueba de su filiación divina, queriendo hacerle caer sutilmente en un pecado de orgullo. De forma similar será tentado el Señor en la Cruz, donde le gritarán que, si es el Hijo de Dios, baje de la cruz (cf. Mt 27,40).

¡Pero Jesús no cede a la tentación! No rompe su ayuno ni hace un milagro para demostrarle al Diablo su filiación divina. Más bien, le da una lección: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Con estas palabras, Jesús se remite a Dios y le recuerda al Diablo cuál es la verdadera vida y cuál es la relación en que se encuentra el hombre frente a Dios. ¡Vivimos de Él, de cada una de sus Palabras! Así, cualquier rastro de jactancia y de soberbia pierde el piso.

En la segunda tentación, que es aún más absurda en relación a Jesús, se manifiesta con más claridad cuál es la intención del diablo: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: ‘A sus ángeles te encomendará y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna’.”. Nuevamente el Diablo pretende ocultar su intención, y esta vez lo hace citando una palabra de la Escritura. Pero la respuesta del Señor es clara: “También está escrito: ‘No tentarás al Señor tu Dios.’”

Esta tentación me recuerda a un suceso sobre el que leí hace algunos años. En el Congo, un predicador había invitado a su comunidad a ser testigos de cómo él caminaba sobre el agua. Cuando se dispuso a hacerlo en las aguas del Río Congo, se ahogó. Ciertamente este hombre había caído en la tentación del Diablo. Nos queda la esperanza de que Dios se haya apiadado de él, a pesar de su ceguera, y que la comunidad haya aprendido, aunque sea de forma tan dramática, que no se puede tentar a Dios.

¡Los milagros tienen otro sentido! ¡No deben ser utilizados para que todos vean la grandeza del que los realiza! ¡Son una obra de Dios a través de la cual Él manifiesta su poder! Ciertamente Dios puede también valerse de los milagros para confirmar la autenticidad de aquellos que Él ha enviado. Pero no son los enviados quienes pueden usarlos por iniciativa propia, para acreditarse a sí mismos ante los demás. La tentación está en querer manipular la actuación de Dios y no dejarle a Él que lo haga en su libertad. Así, se pondrían los milagros en un contexto casi mágico, para aumentar el poder de la persona.

En la tercera tentación, sale a la luz con toda claridad la verdadera intención del Diablo: “De nuevo lo llevó consigo el diablo a un monte muy alto, le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: ‘Todo esto te daré si te postras y me adoras’.” ¡Esto es lo que quiere el Diablo! Ahora ya no se esconde bajo una máscara de piedad. ¡Su intención es ser adorado, y en recompensa ofrece los Reinos sobre los cuales tiene influencia! En esta ocasión, Jesús ya no cita un pasaje de la Escritura para desenmascarar los propósitos del Diablo confrontándolos con la Voluntad de Dios. Esta vez le ordena que se aleje: “Apártate, Satanás, porque está escrito: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él darás culto.’ El diablo finalmente lo dejó. Y entonces se acercaron unos ángeles y se pusieron a servirle.”

Con la ayuda de Jesús, podremos identificar y rechazar las tentaciones del Diablo, aun cuando se nos presenta disfrazado como ángel de luz (cf. 2Cor 11,14). Al fin y al cabo, sus intenciones son siempre las mismas, aunque aplique diversos métodos. La finalidad que se esconde detrás de todas sus tentaciones, es que el Diablo quiere estar en el lugar que le corresponde a Dios. Para ello, busca los puntos débiles del hombre, seduciéndolo en su carnalidad, en su vanidad o en su deseo de poder.

¡Pero hemos leído que Jesús rechazó todas estas tentaciones, y el Diablo se vio obligado a dejarlo por un tiempo! Esto nos da valentía para enfrentarnos a las tentaciones que vengan, no sólo como un sufrimiento que hay que sobrellevar, sino sabiendo que, al resistir, nos haremos más fuertes en el combate contra el mal. Pidámosle a Dios que nos purifique profundamente, de modo que no seamos tan fáciles de seducir, y que notemos en nuestro espíritu cuando el Diablo esté intentando apartarnos del camino de Dios, para entonces poder resistir en el Nombre de Jesús.