La gracia de Dios en los santos

Santa Inés, virgen y mártir

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1Cor 1,26-31

Lectura correspondiente a la memoria de Santa Inés

¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Dios ha escogido más bien a los que el mundo tiene por necios para confundir a los sabios; y ha elegido a los débiles del mundo para confundir a los fuertes. Dios ha escogido lo plebeyo y despreciable del mundo; lo que no es, para reducir a la nada lo que es.

De ese modo, ningún mortal podrá alardear de nada ante Dios. de él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de Dios, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloría, gloríese en el Señor.

En este día, la Iglesia pone sus ojos sobre Santa Inés, virgen y mártir, a quien puede aplicarse perfectamente este texto de la Carta a los Corintios. Escuchemos primero algunos extractos de lo que se dice sobre su vida…

Entre los numerosos mártires de las últimas persecuciones de cristianos bajo el Emperador Diocleciano, entre el siglo III y IV, destaca de forma particular Santa Inés, lo cual se evidencia, entre otras cosas, por los textos litúrgicos propios conservados hasta el día de hoy, y por la mención de su nombre en el Canon Romano en la Santa Misa.

Inés procedía de una familia de la nobleza romana. Como era usual en aquel tiempo, iba a ser desposada a la edad de doce años. El hijo del alcalde de Roma la pretendía. No obstante, Inés se declaró como cristiana y quería pertenecer únicamente a Jesucristo, como virgen a él consagrada. Así, rechazó a su pretendiente con las siguientes palabras:

“Yo amo a uno que es mucho más noble y digno que tú. Su madre es una virgen; su padre nunca conoció mujer; los ángeles le sirven y el sol y la luna admiran su belleza. Su posesión jamás disminuye; su riqueza no decrece. El soplo de su boca reaviva a los muertos; los débiles quedan sanos al tocarlo. Su amor es casto; su caricia, santa; la unificación con él, virginidad pura.

¿Cuál nobleza pudiese ser más grande; cuál potestad más fuerte, cuál apariencia más bella; cuál amor más dulce y tierno? Él me ha colocado un anillo en el dedo y en el cuello, joyas preciosas; Él me ha revestido con un manto de oro y me ha adornado con bellas diademas. Él ha puesto una impronta en mi rostro, de modo que, en adelante, yo no amo a ninguno sino solo a Él.”

Su pretendiente, que estaba enfermo de amor, casi pierde la cordura, e intentó varias veces más conquistarla, pero en vano… Después, el padre del joven, lleno de cólera, hizo que Inés fuese llevada a un burdel. Pero ella no tenía miedo. El ángel de Dios la preservó de toda mancha y su larga cabellera cubría su desnudez. Así, el lugar de la deshonra se convirtió en sitio de oración.

Cuando su pretendiente rechazado quiso violarla con sus compañeros, cayó muerto por tierra. Su padre pidió insistentemente a Inés que, a través de su oración, lo volviese a levantar a la vida. Y, efectivamente, así sucedió… A partir de entonces, él hubiese querido liberar a Inés; pero los sacerdotes paganos, que no querían que prevaleciera aquel testimonio para la fe cristiana, exigían con tanta mayor insistencia la muerte de la joven.

Inés iba a ser públicamente quemada en la hoguera; pero las llamas no pudieron hacerle daño. Esta escena canta la antífona del Magnificat de este día:

“Inés, estando en medio de las llamas, extendió sus manos y oró al Señor: ‘Dios Omnipotente, que mereces la adoración, veneración y reverencia, te alabo y honro tu Nombre por toda la eternidad’”.

Puesto que el fuego no había podido quitarle la vida, el juez ordenó que atravesaran su garganta con una espada. Generalmente se representa a Santa Inés con un cordero, puesto que, igual como suele hacérselo con el cordero, murió degollada. Su nombre original (Agnes) se asemeja a la palabra Agnus (“cordero” en latín); aunque el vocablo en sí mismo, traducido del griego, significa “la pura”.

En Santa Inés nos encontramos con la fuerza y pureza de una virgen. En la gracia de Dios, resistió a sus jueces terrenales, quienes no podían entender la esencia de esta virgen, siendo así que no vivían en esa gracia y amor de Dios que llenaban a Inés.

La fuerza y pureza que caracterizaban a Santa Inés no eran cualidades naturales; sino dones del Espíritu, que daban fe de su profunda unión con Dios y evidenciaban la vida divina que se desplegaba abundantemente en ella. Ante esto, el hombre natural se encuentra como ante un misterio inexplicable…

Dietrich von Hildebrand escribe en su libro “Pureza y virginidad”: “La virtud plena de la pureza, nacida del espíritu, sólo es posible dentro del Ethos cristiano. Quien perciba la totalmente novedosa fuente del Ethos que resplandece en un santo, podrá también constatar que toda santidad es un reflejo de Jesús, el Dios-hombre. Comprenderá que este Ethos es esencialmente distinto a cualquier perfección moral meramente natural; y que éste posee un resplandor incomparable, una profundidad singular, una fuerza victoriosa sin igual…”

A Santa Inés puede entendérsela cuando se la mira con los ojos de la fe, viendo cómo en ella se refleja de forma maravillosa la vida de Jesús. Así, la luz sobrenatural de los santos se convierte en un anuncio de la gloria de Cristo.

También para nosotros, que aún hemos de cumplir nuestra vocación en la tierra, está en pie esta invitación. Fue la gracia de Cristo la que hizo a los santos capaces de realizar obras magníficas, y no la singularidad de su naturaleza humana, como nos muestra claramente San Pablo en la lectura que hemos oído. Y a esta gracia todos podemos abrirnos, para que también a través de nosotros se manifieste la vida del Señor. En su inmensa Sabiduría, Dios lo dispuso así:  Dios ha escogido lo plebeyo y despreciable del mundo; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. De ese modo, ningún mortal podrá alardear de nada ante Dios.

Podemos, entonces, elevar la mirada hacia Santa Inés, quien respondió a la gracia de Dios, venció el temor a la muerte y preservó su pureza. Quizá nos asuste escuchar sobre una vida y muerte tal; pero hemos de tener presente que es la gracia de Dios la que hace posible que los santos recorran un camino como éste. ¡Él se glorifica en sus vidas! De la íntima unión con Dios nace la capacidad de vencer al mundo, y triunfar en el Señor incluso sobre el temor a la muerte. Podemos, entonces, pedir a esta santa joven de Roma que también nosotros sepamos corresponder a nuestra vocación, con la mirada puesta en Aquél que nos llamó; cada uno en el lugar donde Él lo ha colocado.