INCLUSO EL PECADO PUEDE ACERCARNOS AL PADRE

“Hijo mío, incluso el pecado puede convertirse en un peldaño que nos acerca a Dios, que nos eleva, que nos conduce aún con más seguridad hacia Él, siempre y cuando al pecado le siga el profundo dolor de haberlo cometido, cuando nos proponemos sinceramente no repetirlo, cuando sentimos lo mal que hemos actuado contra la misericordia de Dios, cuando éste es capaz de desgarrar las fibras más duras de nuestro corazón, haciendo brotar de ellas lágrimas de arrepentimiento y de amor” (San Pío de Pietrelcina).

Las obras maestras de nuestro Padre son insuperables. En su bondad, Él es capaz de transformar incluso el pecado, que es la catástrofe más grande y real en nuestra existencia, si tan sólo el hombre se arrepiente y se convierte.

Al meditar esto y descubrir ahí la infinita paciencia y el inagotable amor de Dios, nuestro corazón puede elevarse aún más hacia Él. Nuestro Padre jamás se aparta de nosotros, y su amor busca todos los caminos para llevar al pecador a la conversión. Éste no debe desesperarse en vista de su pecado, por más repugnante y sucio que sea. El amor de Dios es demasiado grande como para dejar al pecador simplemente a merced de sí mismo, de las consecuencias de su pecado y, a fin de cuentas, del demonio. Eso es lo que no quiere su Corazón de Padre. Dios no puede volverse contra sí mismo (cf. 2Tim 2,13), pues Él creó al hombre por amor. Así, cuando una persona se convierte y se arrepiente sinceramente, puede acercarse incluso más a Dios, porque su corazón se derrite en sinceras lágrimas de contrición.

Otro maestro de la vida espiritual, Juan Taulero, nos ofrece una comparación muy gráfica y fuerte de cómo lidiar con nuestros pecados y debilidades con la confianza puesta en Dios:

“El caballo expulsa su estiércol en el establo y, aunque éste sea repugnante y hediondo, el mismo caballo lo transporta luego con grandes esfuerzos al campo, y entonces crece el buen trigo y el noble y dulce vino, que nunca crecería si el estiércol no estuviera ahí. Así que lleva con esfuerzo y diligencia tu estiércol –es decir, aquellas debilidades y defectos de los que no puedes deshacerte ni superarlos–  al campo de la amorosa Voluntad de Dios, en una actitud de serenidad respecto a ti mismo. Sin duda crecerán en esta humilde serenidad frutos deliciosos y sabrosos” (Juan Taulero).

Entonces, ¿qué más podrá sucedernos? “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Rom 8,35)