FAMILIARIDAD CON DIOS

“Os he hecho a mi imagen para que no encontréis nada extraño cuando habléis y os acerquéis a vuestro Padre, vuestro Creador y vuestro Dios, pues por mi bondad misericordiosa os habéis convertido en los hijos de mi amor paternal y divino” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

El trato cercano con nuestro Padre Divino es una fuente de constante alegría para nosotros, los hombres, y en realidad forma parte esencial de nuestra vida; más aún, es nuestra vida.

Si les transmites a los niños la existencia de un Padre amoroso en el cielo, experimentarás que lo acogen con esa sencillez que ha de servirnos de ejemplo. Por eso Jesús nos dice: “Si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18,3).

Aún recuerdo las palabras que pronunció una hermana nuestra estando a punto de morir: “Vengo de mi Padre y vuelvo a Él”.

Dios nos ofrece este trato cercano con Él, para que éste dé forma a toda nuestra vida, se nos convierta en natural y nos revele con toda sencillez el sentido de nuestra existencia. ¿Quién no querría servir a su Padre Celestial una vez que lo ha conocido como Él es en verdad?

Así como para Dios es lo más natural amarnos y sería impensable para Él dejar de amar –porque “Dios es amor” (1Jn 4,8)– así también nos sucederá a nosotros por gracia suya: amaremos naturalmente a Dios y nos sabremos acompañados por Él en todas las situaciones de nuestra vida.

Esto es lo que Dios ha dispuesto para nosotros, siendo sus amados hijos. De esta manera, nuestra vida adquiere su resplandor y se convierte en una luz que testifica el amor de Dios.