“ENVÍAME”

“Haz que te encuentre siempre en vela, para que pueda contar contigo a toda hora” (Palabra interior).

¡Qué invitación tan extensa de nuestro Padre! Él no sólo nos rodea constantemente con su amor paternal y nos da así un hogar eterno; sino que además quiere contar con nosotros. La amistad que nos ofrece no debe ser unilateral, de modo que no somos sólo nosotros quienes podemos confiarle a nuestro Padre lo más íntimo; sino que también Él pueda contar con noostros e incluirnos en sus planes de salvación.

Las palabras que escuchamos al inicio de esta meditación nos traen a la memoria este pasaje del Profeta Isaías: “Percibí la voz del Señor que decía: ‘¿A quién enviaré? ¿y quién irá de parte nuestra’? Dije: ‘Heme aquí: envíame’” (Is 6,8).

Si vivimos en estado de gracia, una vez que nuestras culpas han sido perdonadas por nuestro Señor Jesucristo, entonces nuestra alma tiene la predisposición general para acoger las instrucciones del Señor. Si Él preparó al Profeta Isaías, tocando sus labios y retirando su culpa (v. 7), mucho más aún a nosotros, al lavar nuestras culpas en la sangre del Cordero.

¡Qué alegría es para el Padre encontrarnos siempre dispuestos y que nuestro corazón esté buscándole todo el tiempo y dialogando con Él! Entonces no nos perdemos en las cosas de este mundo; sino que, con la mirada puesta en Él, cumplimos la tarea que nos ha encomendado. Esto genera en nosotros una actitud de vigilancia a la presencia del Padre, no sólo ocasionalmente, en determinadas horas, cuando sentimos de forma especial su gracia; sino que, gracias al don de consejo, llega a ser una actitud constante para comprender y seguir sus indicaciones.

Esto es lo que nuestro Padre quiere de nosotros, para poder llamarnos siempre, para contar con nosotros a toda hora, para involucrarnos en la obra salvífica de la Santísima Trinidad.

¡Qué honor sería que el Señor pudiese fiarse de nosotros, que pudiese enviarnos a todo aquello que su amor ha planeado! Que el espíritu de fortaleza actúe en nosotros de tal manera que nunca dejemos de servirle y le escuchemos con el oído de discípulos (cf. Is 50,4). Entonces nuestro Padre podrá enviarnos, y Él mismo estará con nosotros para llevar a cabo cada obra que nos encomiende.