Elegir la vida es elegir a Dios

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Mira, yo pongo hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Si escuchas los mandamientos de Yahvé tu Dios que yo te mando hoy, amando a Yahvé tu Dios, siguiendo sus directrices y guardando sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y te multiplicarás; Yahvé tu Dios te bendecirá en la tierra en la que vas a entrar para tomarla en posesión. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses y les das culto, yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio y que no viviréis muchos días en el suelo que vais a tomar en posesión al pasar el Jordán.

Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que viváis tú y tu descendencia, amando a Yahvé tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a Él. Piensa que de ello depende tu vida, así como la prolongación de tus días mientras habites en la tierra que Yahvé juró dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob.

 

Elegir los mandamientos significa elegir la vida; porque Dios podrá conceder su gracia a aquellos que los cumplan y colmarlos de bendición.

Hoy en día, rige en la humanidad un espíritu de autodeterminación o de independencia, el cual se rebela contra términos como ‘obediencia’, ‘subordinación’ y ‘humildad’. Este espíritu incluso ha llegado a calar en nuestra Iglesia y a menudo no se comprende ya el sentido más profundo de estas palabras. Tal vez se tenga en mente un espectro, en el que se confunde obediencia con esclavitud; subordinación con pérdida del propio honor; y humildad con servilismo.

Es posible que hayamos tenido una mala experiencia con personas o actitudes que abusaron de estos términos, pero entonces será tanto más importante que descubramos el verdadero sentido y la belleza de estos valores.

El texto bíblico de hoy nos muestra cuán importante es la verdadera obediencia. No se nos exige una obediencia ciega o militar, sino una obediencia en profunda comprensión. Dios, quien nos ha llamado a la vida, ha puesto determinadas condiciones para que esta vida se desenvuelva en armonía; o, en su defecto, se destruya.

Resulta sencillo darse cuenta de que la criminalidad es una opción equivocada de vida. Aquí se vive a costa de otros seres humanos; es una vida en medio de la oscuridad; una vida que puede sucumbir más y más al abismo, una vida llena de peligros… Y el porqué es lógico: aquí no se están guardando las reglas básicas para una buena vida.

Lo mismo cuenta para todos los mandamientos de Dios: éstos son condiciones básicas que hay que cumplir para tener verdadera vida. Si actuamos en contra de estos mandamientos y no cambiamos de rumbo, entonces nos movemos constantemente en una oscuridad espiritual, y esta oscuridad irá aumentando hasta pervertir toda la vida.

Entonces, al optar por los mandamientos, estamos eligiendo la vida, tal como Dios la tiene pensada para los hombres. Si consideramos a los mandamientos no como una limitación a nuestras posibilidades de desarrollo, sino como una oferta del amor de Dios para que conozcamos la verdadera vida, entonces obedeceremos con comprensión. Y no sólo se trata de una vida en plenitud en este mundo, sino también de alcanzar la vida eterna, como nos muestra la respuesta que le dio Jesús al joven rico, cuando éste le preguntó: “Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?” –“Si quieres entrar en la vida –le dice el Señor- guarda los mandamientos.” (Mt 19,16-17)

Aunque sabemos que las palabras de la lectura de hoy se dirigen concretamente al pueblo de Israel, podemos interpretarlas también en su dimensión espiritual.

Si guardamos los mandamientos de Dios, comprendiéndolos y cumpliéndolos no sólo en su contenido literal sino también en su sentido más profundo, gracias a las enseñanzas de Jesús (p.ej. cf. Mt 5,27-28), entonces podremos tomar posesión de la “Tierra prometida”. Y esta “Tierra prometida” será, en nuestra realidad, poseer la vida verdadera. Es decir que la bendición de Dios se derramará sobre la tierra del alma, y la vida sobrenatural de Dios habitará en ella y crecerá cada vez más. Es una vida que comienza aquí en la Tierra y llega a su plenitud en la eternidad. Es una vida de bendición y dicha, porque la paz y la alegría entran al corazón. Es a esta tierra a la que se refiere Jesús cuando dice: “Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra” (Mt 5,5).

Vemos, pues, que aquí la obediencia significa escuchar la verdad y subordinarse a ella en humildad. Oponerse a la verdad de Dios, en cambio, tendrá evidentes consecuencias: la tierra heredada se echará a perder y no se podrá vivir mucho tiempo en ella. La vida de Dios muere y su brillo se pierde. La vida se opaca y se oscurece…

¡Nosotros podemos escoger la vida! ¡Es nuestra decisión! Si optamos por ella, podremos escuchar la promesa del Señor: “Escoge la vida, para que viváis tú y tu descendencia, amando a Yahvé tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a Él. Piensa que de ello depende tu vida, así como la prolongación de tus días mientras habites en la tierra.”

Elegir la vida al optar por los mandamientos de Dios, significa elegirlo a Él mismo. ¡Fue esto lo que Dios propuso al pueblo de Israel, y esto mismo sigue proponiéndonos hoy a nosotros!