El Hijo os dará libertad (Parte VI)

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La vanidad

La vanidad es una carencia de libertad bastante común, cuyo efecto negativo en el seguimiento de Cristo suele subestimarse. Tiene diversas manifestaciones, y, en lo que refiere a la apariencia física, afecta sobre todo a la mujer.

Quizá uno, sobre todo siendo hombre, tiende a considerar como inofensiva o leve la vanidad de una mujer. Tal vez lo vemos con una cierta sonrisa, como si fuera una cuestión insignificante, que, de una u otra forma, parece hacer parte del ser de la mujer. Al fin y al cabo, a los hombres suelen gustarles las mujeres hermosas, y no pocas veces las apoyan en su empeño por embellecerse.

Pero aquí uno se equivoca, porque la vanidad es una profunda atadura a la propia persona, que genera carencia de libertad tanto en uno mismo, como también puede implicar a los demás. Puede suceder, por ejemplo, que un hombre no pueda sustraerse de la fascinación de la belleza física ni enfrentarse a ella con libertad.

Este tema requiere de un buen don de discernimiento, porque, efectivamente, la belleza es un valor, y sólo se convierte en carencia de libertad cuando asume un lugar que no le corresponde dentro de la jerarquía de los valores; cuando ya no se la considera como un regalo inmerecido, sino que la persona se edifica sobre su propia belleza.

Lógicamente la vanidad abarca también otros valores, como, por ejemplo, el conocimiento y la formación académica; los talentos artísticos y otros dones… La vanidad, que atrae estos valores a sí misma y se ensalza con ellos, los falsifica, porque ya no permite que la mirada trascienda hacia Aquel que es el Dador de estos dones, sino que genera ataduras hacia la propia persona.

Todos nosotros sabemos cuán fuerte es en este mundo el afán de belleza. Inconscientemente uno tiende a relacionar la belleza con la bondad, y, de una u otra forma, se le da una cierta preferencia a una mujer bonita.

Por eso no es de sorprender que en este mundo cuente mucho la belleza física de una mujer, que le abre posibilidades a las que difícilmente accedería si su apariencia fuese menos atractiva.  También sabemos que un hombre puede quedar como intimidado por la belleza física de una mujer, y que difícilmente se sustrae de su fuerza de atracción, y quizá ni siquiera lo quiere…

En consecuencia, la belleza puede convertirse en un potencial de poder para la mujer, que ella puede poner en uso para alcanzar determinados fines. La belleza acrecentará tanto más su autoestima, cuanto más sea reconocida y le otorgue una cierta posición privilegiada en la vida.

Incluso en la Sagrada Escritura conocemos ejemplos de cómo una mujer puede valerse de su belleza para alcanzar algo. Pensemos en la historia de la Reina Esther o de Judith.

Por otra parte, también vemos cómo su hermosura y fuerza de atracción pueden ser motivo para atentar contra los mandamientos de Dios, como sucedió con el Rey David y con su hijo Salomón.

Si nos adentramos a reflexionar sobre la vanidad, podríamos decir que es como una adicción de agradar. Y ya aquí el término toma una connotación distinta, más aguda…

Entonces, ¿a quién se busca agradar? Naturalmente las mujeres suelen querer agradarle al sexo opuesto, pero también a sí mismas y a todo el mundo. En efecto, las mujeres mismas también reaccionan de diversas formas ante la belleza de otra mujer: puede generar envidia, pero también admiración; puede sentirse fea cuando está en presencia de hermosas mujeres, y sus complejos de inferioridad podrían acrecentarse…

Para muchas adolescentes y jóvenes, sobre todo en la etapa de la pubertad, esta adicción de querer agradar puede volverse tan dominante que ellas sólo pueden moverse libremente cuando creen corresponder a ciertos estándares de belleza. Si un día escuchan un comentario negativo sobre su apariencia, pueden derrumbarse y quedar destrozadas, sintiendo que su autoestima ha quedado totalmente aniquilada.

¡Mañana retomaremos este tema!