EL CRISTIANO HA NACIDO PARA LUCHAR

“Cuanto más encarnizada sea la batalla, más segura es la victoria, con la ayuda de Dios” (Papa León XIII).

Día a día y a diferentes niveles, el Padre nos hace librar esta batalla. Mientras dure nuestra peregrinación hacia la visión gloriosa de Dios en la eternidad, el combate es nuestra constante compañía. ¡Dichosos los que lo asumen y ocupan su lugar en el “ejército del Cordero”!

Aunque esta lucha sea contra “los principados, las potestades y los dominadores de este mundo tenebroso” (Ef 6,12b) y aunque se vuelva cada vez más encarnizada –como sucede en estos tiempos apocalípticos–, no debemos tener miedo. Aunque nos resulte difícil combatir y prefiramos una vida en paz y tranquilidad, es un privilegio especial de nuestro Padre cuando nos llama por amor a luchar de su lado.

Nuestro Padre se complace en derrotar lo fuerte a través de lo débil (cf. 1Cor 1,27-28); lo que se cree poderoso por sí mismo, sublevándose contra Dios. Por tanto, los cristianos estamos llamados a luchar, aun en toda nuestra debilidad y limitación, junto con los ángeles y elegidos de Dios. Puede que Él incluso nos envíe allí donde más encarnizado esté el combate, allí donde la rebelión sea mayor, para “derribar del trono a los poderosos y enaltecer a los humildes” a través de nosotros (cf. Lc 1,52).

Sabemos que, si dependiéramos sólo de nuestras fuerzas en esta batalla, estaríamos perdidos. ¡Pero el Señor mismo es nuestra fuerza e invencibilidad! Cuanto más unidos a Dios vivamos, cuanto más profunda sea nuestra confianza en el Padre, cuanto más pueda Él habitar en nuestro corazón, tanto más amenazadores seremos para el enemigo.

De la Virgen María se dice que es temible para los enemigos, “imponente como un ejército formado en batalla” (Ct 6,10). Su humildad vence la soberbia de Satanás; su amor a Dios la convierte en puerta de la gracia.

Cuando el enemigo ruge enfurecido, cuando lo intenta todo para establecer su reino en este mundo y adentrarse aun en la Iglesia, cuando está seguro de que la victoria es suya y convoca su ejército para asestar el último y gran golpe contra el Reino de Dios, cuando incluso pretende sentarse en el Templo de Dios (cf. 2Tes 2,4), precisamente entonces la “victoria del Cordero” (Ap 17,14) está muy cerca y podremos tener parte en ella. ¡Qué honor!