EL CORAZÓN SENSIBLE DE DIOS

Para el Señor es importante que lo conozcamos como Él realmente es. Jesús mismo trata de transmitirnos una y otra vez la verdadera imagen del Padre. En efecto, sólo cuando tenemos la imagen correcta de Él, podemos vivir en una relación confiada con Él, tal como lo ha previsto para nosotros. Entonces resplandece aquella gozosa realidad que la luz de Dios difunde en este mundo, y se hacen realidad las palabras de Jesús: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,14).

Pero, ¿cómo llegaremos a esta relación confiada con Dios y cómo deshacernos de cualquier imagen equivocada de Él? A través del Mensaje a la Madre Eugenia, el Padre nos ofrece una ayuda muy comprensible:

“Vuestro corazón es sensible como el Mío, y el Mío como el vuestro. ¿Qué no haríais si alguien cercano os hiciera un pequeño favor para complaceros? Incluso el hombre más insensible guardaría hacia esta persona un reconocimiento inolvidable. Por lo general, toda persona buscaría lo que más le complacería [a aquella persona que le hizo el favor], para recompensarla por el servicio prestado. Pues bien, Yo estaría aún mucho más agradecido con vosotros si me rindiérais este pequeño servicio de honrarme como os lo pido: os aseguraría la vida eterna.”

Cada uno de nosotros puede entender lo que significa la gratitud. Si nuestro corazón no se ha embotado del todo, normalmente pagamos bien con bien. El Señor, que es la fuente de todo bien, ha sembrado esto en nuestros corazones. Y si nosotros, cuya capacidad de amar a menudo es tan limitada, actuamos así, ¡cuánto más Dios! (cf. Mt 7,11)

De esta manera, Él quiere hacernos comprender cuán profundamente está conectado a nosotros, y asegurarnos que recompensará hasta el más mínimo esfuerzo que hagamos para su gloria. Así, los lados buenos y luminosos que encontramos en el corazón humano, pueden convertirse en fuente de un conocimiento más profundo de Dios, cuando se los atribuimos a Él. Al mismo tiempo, la gratitud que podemos sentir nos permite concluir cómo y cuán sensible es el Corazón de Dios. Los lados más bellos de nuestro ser nos remiten al Creador, pues “creó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó” (Gen 1,27).