EL CAMINO REGIO

“Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16b).

Ya sea que se exprese en la contemplación, en la meditación o en las obras, el camino regio es el amor. Si permanecemos en el amor, el Padre permanece en nosotros. Y este camino podemos recorrerlo en todo momento y en cualquier circunstancia: siempre podemos intentar optar por el mayor amor.

Es Dios mismo quien nos enseña el verdadero amor, porque Él lo ha derramado en nuestros corazones: “Puesto que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ‘¡Abbá, Padre!’” (Gal 4,6). Con la inhabitación del Espíritu Santo, que es el amor entre el Padre y el Hijo, mora en nosotros el testigo del amor y de la verdad.

Este testigo, que está siempre presente, no solamente nos señala el camino del amor, sino que además nos da la gracia para recorrerlo. Al obedecer sus instrucciones y ponerlas en práctica con su ayuda, el amor empieza a impregnar toda nuestra vida. Si estamos dispuestos a seguirlo y nos hemos confiado a su guía, entonces nuestro amigo divino, el Espíritu Santo, ya no permitirá que nos decidamos en contra de su consejo. Hará que estemos inquietos cuando nos equivocamos de rumbo, no consentirá que tomemos el camino equivocado (cf. Hch 16,7), nos infundirá paz y claridad cuando seguimos sus huellas.

Éste es el camino regio –y también el más fácil– para que nuestro Padre permanezca en nosotros y nosotros en Él. Si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo y vivimos de acuerdo a sus directrices, todo lo que hagamos estará regido por el amor. Él, que nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (Jn 14,26), hará todo para que nuestro Padre se complazca en nuestra vida y se deleite en su obra de amor.

No es difícil recorrer este camino. Sólo tenemos que aprender a familiarizarnos con el Espíritu Santo y conocer su forma de actuar.

En el Mensaje a la Madre Eugenia, que es tan valioso para nosotros, el Padre nos dice: “Quiero mostraros también cómo vengo a vosotros por medio de mi Espíritu Santo. La obra de esta Tercera Persona de mi divinidad se realiza sin bullicio, y a menudo el hombre no la percibe. Pero para mí es una manera muy apropiada de permanecer, no solo en el Tabernáculo, sino también en el alma de todos aquellos que están en estado de gracia.”