El autoengaño (Parte IV)

El conocimiento de sí que procede del Espíritu trae consuelo, pues nos conduce a la Cruz de Cristo, que es el trono de la gracia en el que alcanzamos perdón y misericordia.

Descargar MP3

Descargar PDF

El texto del P. Sladek sobre el autoengaño, que leímos en estos últimos tres días, nos mostró cuán importante es cuidarnos de la ceguera espiritual y evitar cualquier fingimiento en nuestra imitación de Cristo. Jesús nos advierte de esta ceguera al hablar de la viga que llevamos en nuestro ojo sin darnos cuenta (cf. Mt 7,5).

¿Cómo puede surgir un autoengaño y cómo puede ser superado?

El P. Sladek nos dio a entender en su texto que no nos gusta confrontarnos a nuestro yo egoísta. Por ello, se desplazan al inconsciente aquellos intereses ocultos que tienden a la satisfacción del ego. Así, no nos damos cuenta de que seguimos buscando nuestro propio interés, a pesar de que nuestra voluntad no lo desee de forma consciente. El P. Sladek lo describe como un acto que, aunque no sea conscientemente pretendido, es deseado en lo más profundo de la persona.

En el marco del conocimiento de sí mismo, debe ser posible descubrir en nosotros mismos estas realidades. De lo contrario, estaríamos simplemente sometidos a nuestra voluntad inconsciente, y fácilmente podríamos excusarnos diciendo: “Así soy, y no puedo evitarlo.” Con esta actitud, no asumiríamos ninguna responsabilidad sobre nuestra forma de actuar.

A continuación, describiré algunos consejos para salir de la ceguera del autoengaño:

  1. Desear verse a sí mismo ante Dios tal como se es.

Para conocernos mejor a nosotros mismos, también en las profundidades de nuestro ser, es importante tener un verdadero deseo de conocernos tal como somos ante Dios. Frecuentemente construimos una imagen de nosotros mismos; una imagen que corresponde a aquello que quisiéramos ser o al modelo que tratamos de imitar. Por supuesto que podemos tener ejemplos a seguir, pero no podemos comportarnos como si ya los imitaríamos a plenitud, reprimiendo todo aquello que no corresponde a este modelo. ¡Debemos ser realistas! Si, por ejemplo, el mismo Jesús es nuestro modelo, hemos de tener en claro que necesitamos de Su gracia para asemejarnos a Él, y que hará falta un largo recorrido hasta que eso suceda. Es obvio que sería presuntuoso creer que ya lo hemos alcanzado.

  1. Conocerse a sí mismo frente a un Dios misericordioso.

No podemos insistir lo suficiente en que nuestro autoconocimiento debe suceder a la luz de un Dios misericordioso. Existe también una forma de conocimiento de sí que procede del Diablo. Ésta, además de no ser plenamente veraz, se caracteriza por ser dura y despiadada, y puede llevarnos a la desesperación. En cambio, el autoconocimiento que procede del Espíritu trae consuelo, pues nos conduce a la Cruz de Cristo, que es el trono de la gracia en el que alcanzamos perdón y misericordia (cf. Hb 4,16). La certeza y la fe de que Dios puede y quiere perdonarlo todo debe penetrar profundamente nuestro ser, de manera que podamos mirar nuestras faltas sin temor.

  1. Considerar los obstáculos provenientes de profundas heridas emocionales.

Debemos tomar en cuenta que, en muchos casos, la ceguera frente a sí mismo está también condicionada por heridas emocionales. Por ejemplo, una persona que haya sido severamente corregida o incluso maltratada por su padre por cada falta que cometía, tendrá mayor dificultad en reconocer a Dios como un Padre amoroso, ante quien puede abrirse sin temor, confesándole sus errores y pecados. En este caso, hará falta primero un proceso de sanación interior, de manera que pueda reconstruirse la verdadera imagen del Padre.

  1. Pedir al Espíritu Santo que nos conceda su luz.

El Espíritu Santo puede abrir nuestros ojos, de manera que veamos a Dios tal como Él es, y, a la vez, nos demos cuenta del enorme abismo que existe entre Él y nosotros. Pero no se trata de una verdad que nos fulmina; sino que nos invita a acercarnos más a Dios, a través de la acción del Espíritu Santo. Pidámosle también a Él que purifique nuestro inconsciente, para que no haya en él nada que nos ciegue. Es esencial que le pidamos una verdadera humildad, de manera que el Espíritu Santo pueda quitar los obstáculos que el orgullo y el egoísmo han edificado.

  1. Prestar atención a nuestras reacciones y afirmaciones espontáneas.

Para el conocimiento de sí, es importante que aprendamos a percibirnos y a fijarnos en nuestras reacciones espontáneas, pues muchas veces éstas expresan algo de lo que llevamos en el corazón. Si no pasamos por encima de ellas, sino que nos damos cuenta de que se oponen a la orientación fundamental de nuestra voluntad, entonces las podemos colocar ante el Señor, pidiéndole que nos ayude a superarlas, para que las profundidades de nuestro ser correspondan cada vez más a lo que es correcto.

  1. Aceptar la ayuda de otros.

Puesto que nuestra ceguera puede ser bastante fuerte, sería un grandísimo regalo de Dios tener a una persona que nos hiciera ver las contradicciones en nuestro interior. Así, podríamos vernos a nosotros mismos a través de los ojos de aquella persona, por así decir. Si vencemos la soberbia que se manifiesta al recibir una corrección, tendremos una buena forma de percibirnos mejor a nosotros mismos, y podremos dirigirnos a Dios con todas las carencias que acabamos de descubrir en nuestro interior.

  1. Suplicar la ayuda de nuestra Madre María.

Aparte del Señor, no hay mejor que nuestra Madre María para ayudarnos en el camino de seguimiento de su Hijo. Ella nunca desoirá una súplica que le dirijamos pidiéndole su ayuda espiritual. Podemos confiarle nuestro inconsciente y pedirle que invoque al Espíritu Santo para que Él nos ilumine y nos fortalezca, de manera que podamos salir de toda ceguera acerca de nosotros mismos. Así, también nos haremos capaces de ayudar a otros.