Dios sigue hablando por medio de auténticos profetas

«Para vivir entre los hombres, creé y escogí en el Antiguo Testamento a los profetas, a quienes comunicaba mis deseos, mis penas y mis alegrías, para que ellos las transmitieran a todos.»

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En vista de la actual pandemia, tocaré en la meditación de mañana el tema de esta situación, porque el texto del “Mensaje del Padre” se prestará particularmente para ello. Hoy les invito a acoger profundamente las palabras que escucharemos, porque precisamente en tiempos de necesidad y circunstancias inusuales –como ciertamente lo es una pandemia–, hemos de arraigar nuestra confianza en Dios e intensificar nuestra oración por toda la situación.

Las palabras del Padre:

“Finalmente, la creación del hombre… Me complací en mi obra. El hombre cometió el pecado, pero precisamente entonces se manifiesta mi infinita bondad.  Para vivir entre los hombres, creé y escogí en el Antiguo Testamento a los profetas, a quienes comunicaba mis deseos, mis penas y mis alegrías, para que ellos las transmitieran a todos.”

Hasta aquí las palabras del “Mensaje del Padre”…

Este pasaje nos trae a la memoria las palabras del Génesis, cuando Dios, contemplando su obra tras haber creado al hombre, vio que era “muy bueno” (cf. Gen 1,31).

¡Debe ser muy grande la gloria del hombre! Algunos místicos, que a veces tienen el don de una “visión interior”, hablan de un “arrobamiento” al contemplar la belleza del hombre. Quizá es similar –aunque mucho más fuerte aún– a lo que experimentamos cuando vemos a un niño pequeño, que puede cautivarnos. Aún mucho mayor es la alegría de Dios al contemplar su Creación; en particular, al hombre, a quien creó a su propia imagen (cf. Gen 1,27). Con estos ojos de amor Dios mira al hombre.

Pero entonces viene el pecado, la separación de Dios, con todas sus terribles consecuencias…

Sin embargo, la respuesta de Dios no es la de retirarse del hombre, que se ha desvestido de su belleza originaria. Antes bien, precisamente entonces se manifiesta Su amor, no dejando a su creatura, a su hijo, a merced de los poderes destructores; y ofreciéndole Su bondad y misericordia.

Detengámonos aquí un momento…

Probablemente hayamos escuchado todo esto ya muchas veces; y lo conozcamos bien de los sermones, de la Sagrada Escritura y de libros piadosos… Pero no sólo es cuestión de conocer lo que la fe nos enseña; sino que se trata de interiorizar el amor de Dios, que se manifiesta en Sus palabras y obras. Nuestro Padre desea que vivamos en esta consciencia y que día a día la pongamos en práctica; que la tengamos presente al despertar, al acostarnos y a lo largo de todo el día… La Iglesia exclama en una de sus oraciones litúrgicas: “Dios nuestro, (…) admirablemente creaste la naturaleza humana y, de modo aún más admirable, la restauraste”. ¡Alabemos al Señor con estas palabras de la Iglesia! ¡Que el Espíritu del Señor implante esta certeza en lo profundo de nuestros corazones, de modo que jamás dudemos de la bondad de Dios! Aun frente a nuestras debilidades, faltas y pecados, nunca debe sernos robado este santo conocimiento del amor de nuestro Padre. Porque así decían Sus palabras:

“El hombre cometió el pecado, pero precisamente entonces se manifiesta mi infinita bondad.”

Tomémonos un tiempo para interiorizar estas palabras, moviéndolas simplemente en el silencio, del mismo modo como deberíamos hacerlo también con las palabras de la Sagrada Escritura. Hablemos de ello con el Señor, escuchémoslo y dejémonos tocar por Su amor.

Después de esta separación de Dios a causa del pecado, Él decidió escoger profetas para comunicarse a los hombres. Los hombres ya no estaban en condición de vivir en la confianza originaria con Dios. Nuestro Padre confió a los profetas “sus deseos, penas y alegrías”, para que ellos, a su vez, se las transmitiesen a los hombres. Los profetas eran Sus amigos y mensajeros, a través de los cuales hablaba a la humanidad.

Una y otra vez a lo largo de la historia, el Señor sigue optando por esta forma de comunicarse a la humanidad, sobre todo en tiempos difíciles, cuando en los hombres ha decrecido o casi desaparecido la receptividad a Su presencia. Esto aplica también a nuestros tiempos, si bien los profetas de hoy ya no tienen el encargo de preparar el Advenimiento del Mesías, quien ya vino al mundo. Pero, en el Espíritu del Señor, nos recordarán todo lo que Jesús dijo e hizo, y lo que Él le encomendó a su Iglesia.

Si el Padre envía personas tales y nosotros las identificamos, hemos de prestarles atento oído. Esto es tanto más importante cuanto menos recibamos claras instrucciones por parte de la jerarquía eclesiástica. ¡El Señor no deja a Su pueblo simplemente sin guía; sino que vendrá a nuestro auxilio por medio de Sus amigos!

Por otra parte, hemos de cerrar el oído cuando se escuchen voces que nos desvíen, sin importar de quién vengan. Todo profeta que hable por encargo divino ha de ser guiado por el Espíritu de Dios, y no hablar en su propio nombre.