CREER PARA ENTENDER

“Me dice alguien: ‘Tengo que entender para creer’. Le respondo: ‘Cree para entender’.” (San Agustín).

No todo es accesible para nuestro entendimiento. Particularmente la fe se nos revela ante todo a través de la luz sobrenatural del Espírituo Santo, más que por los esfuerzos de la razón. El entendimiento necesita la luz divina para penetrar más profundamente en los misterios de la fe. En este contexto, se nos vienen a la memoria las palabras que Jesús, lleno de gozo en el Espíritu Santo, exclamó: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños” (Lc 10,21).

San Agustín, siendo a la vez un profundo creyente y un gran pensador, lo entendió bien. Había estudiado muchas cosas y, sin embargo, no fue a través del estudio que encontró la fe. Antes bien, fue una palabra de la Escritura que leyó en un determinado momento, y a través de ella, el Señor le abrió los ojos del entendimiento y le concedió la luz sobrenatural.

Corresponde a la sencillez y simplicidad que Dios tanto ama, el hecho de que la fe no se adquiera a través de un asiduo estudio. No es el conocimiento el que nos da la valentía para dar los grandes pasos de la fe. Antes bien, es la sencillez de un corazón que, habiendo sido tocado por la luz sobrenatural, se pone en camino para seguir al Señor.

Junto con la luz de la fe obtenemos también una comprensión más profunda. En su sabiduría, nuestro Padre lo dispuso así, para que, como dice San Pablo, “nadie se gloríe” (Ef 2,9). A fin de cuentas, la fe será siempre un regalo de Dios, por el que nunca podremos cansarnos de agradecer.

Sin duda, una mente despierta es también un don de Dios; pero es secundario. Por tanto, puede suceder que una persona que no necesariamente está dotada de un brillante intelecto comprenda y ponga en práctica los contenidos de la fe con más facilidad que alguien que posee muchos conocimientos pero tiene dificultades con la sencillez de la fe.

En el caso de San Agustín, encontramos ambos elementos: una fuerte luz de la fe y un intelecto agudo. Esto lo ha convertido en una gran lumbrera para la Iglesia. Y precisamente de él viene esta máxima: “No pretendas entenderlo todo para creer; antes bien, simplemente cree y entenderás.”