Los dones del Espíritu Santo (6/7): EL DON DE INTELIGENCIA

“El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.” (1Cor 2,10)

Mientras que el don de ciencia nos ayuda a sustraernos de la atracción de las criaturas, reconociendo en una mirada interior su nada (en cuanto que fueron creadas de la nada), y nos hace comprender que toda vida y belleza proceden de Dios; el don de entendimiento nos ayuda a penetrar en el misterio de Dios con la luz del Espíritu Santo mismo.

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Los dones del Espíritu Santo (5/7): EL DON DE CIENCIA

“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su propia alma?” (Mt 16,26)

A través de los cuatro primeros dones (el de temor, piedad, fortaleza y consejo), el Espíritu Santo guía sobre todo nuestra vida moral. En cambio, a través de los tres últimos dones (ciencia, entendimiento y sabiduría), Él conduce directamente nuestra vida sobrenatural; es decir, nuestra vida centrada en Dios.

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Los dones del Espíritu Santo (4/7): EL DON DE CONSEJO

“Habla, Señor; tu siervo escucha.” (1Sam 3,9)

El Espíritu Santo nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (cf. Jn 14,26). Él habita en nosotros y nos enseña qué hacer en las situaciones concretas de nuestra vida. Gracias al don de consejo, llegamos a ser capaces de percibir en nuestro interior la silenciosa voz del Espíritu Santo y a distinguirla de otras voces. Sin embargo, esto requiere la capacidad del silencio interior y estar dispuestos a sustraerse del bullicio y del caos de tantas diversas opiniones y puntos de vista, ya sea fuera como dentro de nosotros.

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Los dones del Espíritu Santo (3/7): EL DON DE FORTALEZA

Los que siguen con regularidad estas meditaciones diarias, sabrán que normalmente el día 7 de cada mes lo habíamos reservado para una meditación sobre Dios Padre. Sin embargo, a partir de hoy abrimos un nuevo espacio llamado “3 minutos para Abba”, en el cual ofreceremos cada mañana un breve impulso que nos ayudará a conocer, honrar y amar al Padre Celestial. Por tanto, todas las personas que deseen profundizar su relación con Dios Padre, están cordialmente invitadas a unirse al siguiente canal de Telegram: https://t.me/tresminutosparaabba

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Los dones del Espíritu Santo (2/7): EL DON DE PIEDAD

“El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rom 8,16)

El don de piedad nos lleva a adherirnos a Dios con amor filial, no queriendo ofenderlo de ninguna manera.

El espíritu de piedad toca y vivifica nuestra vida espiritual con un nuevo brillo, suave y delicado. Bajo su influjo, la relación con Dios y con el prójimo alcanzará otro nivel de amor. La piedad quiere conquistar el corazón de Dios, a quien reconoce como amantísimo Padre.

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Los dones del Espíritu Santo (1/7): EL DON DE TEMOR DE DIOS

Hoy, en la Fiesta de Pentecostés, celebramos el descenso del Espíritu Santo.

¡Qué extraordinario cambio vemos en los apóstoles! Ellos, que eran pusilánimes y temerosos, se convierten, gracias a la presencia del Espíritu Santo, en potentes mensajeros del amor de Dios; y proclaman intrépidamente el Evangelio. El gran milagro de que cada uno de los oyentes –procedentes de los más diversos rincones del mundo– podía entender el mensaje de los apóstoles en su propia lengua (cf. Ap 1,8), era un signo para el futuro. Fue como si por un momento se hubiese abolido la confusión de lenguas, para que, al anunciar los apóstoles las maravillas de Dios, todos los hombres pudiesen escucharlas.

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Meditaciones sobre el Espíritu Santo (14/14): LA PACIENCIA

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Amado Espíritu Santo, con la meditación de hoy concluimos esta preparación para la gran Fiesta de tu descenso. ¡Que todos tus frutos crezcan y maduren en nosotros, para que podamos glorificar a Aquél de quien todo procede y dar testimonio de ti en el mundo!

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Meditaciones sobre el Espíritu Santo (13/14): LA FIDELIDAD

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Amado Espíritu Santo, Tú quieres que vivamos en fidelidad, y eso en una época en que la infidelidad parece haberse convertido en un estilo de vida. Será un arduo trabajo que tendrás que realizar, porque muchas personas ya no comprenden el sentido de la fidelidad, sea en el matrimonio, en las promesas hechas o incluso en los votos religiosos… A menudo tenemos que volver a aprender lo que significa la fidelidad, la responsabilidad, la constancia, la estabilidad…

Pero ante nuestros ojos tenemos un ejemplo sin igual: Es la fidelidad de Dios. ¡Dios es fiel y jamás abandona su fidelidad! Todo el Antiguo Testamento da testimonio de ello, en contraste con la frecuente infidelidad del pueblo de Israel.

Si nos fijamos en el tiempo en que vivimos, constataremos que lamentablemente son cada vez más las personas que se apartan de la fe y son infieles a Dios. En consecuencia, también resultará más difícil guardar fidelidad en las relaciones humanas.

La situación se pone particularmente difícil, oh Espíritu Santo, cuando en la misma Iglesia tenemos que confrontarnos a la infidelidad. Todos los católicos, desde el más sencillo de los fieles hasta el Papa mismo, estamos llamados a permanecer fieles al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia.

No solamente debemos ser fieles a Dios y al prójimo; sino también –entendiéndolo correctamente– con nosotros mismos. Hemos de ser fieles a la verdad que hemos reconocido, mientras que no reconozcamos con claridad una verdad más alta y convincente. Entonces, esta fidelidad irá formando nuestro carácter y nos convertirá en personas en las que se puede confiar y con las que se puede contar en todas las circunstancias.

Podemos “entrenarnos” en la fidelidad con las cosas pequeñas, que de ninguna manera son insignificantes, porque, como nos dice el Señor: “Quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y el que es injusto en lo insignificante, también lo es en lo importante” (Lc 16,10).

Cuando nos comprometemos o prometemos algo, debemos guardar nuestra palabra. Y en caso de que realmente no nos sea posible, tenemos que informar a quien corresponda. Los deberes que asumimos, debemos cumplirlos. También la puntualidad nos ayuda a adquirir una actitud responsable, que a su vez se relaciona con la fidelidad.

Todos estos maravillosos frutos que Dios quiere cosechar en el árbol de nuestra vida, nos hacen semejantes a Él. Será tu obra, Amado Espíritu Santo, hacerlos crecer en nuestro interior, siempre y cuando nosotros estemos dispuestos a cooperar y a dejarte actuar.

La Sagrada Escritura nos advierte que no seamos hombres “movidos por el viento y zarandeados de un lado a otro” (St 1,6). La fidelidad nos consolida y nos convierte en fiables cooperadores en el Reino de Dios, como lo fue, por ejemplo, el Apóstol San Pablo.

La fidelidad es particularmente importante en lo que refiere a Dios y a nuestra fe. Ésta puede sufrir ataques de diversos tipos, y conocemos el testimonio de los mártires, que prefirieron entregar su vida antes que traicionar su fidelidad a Dios. Y Tú, oh Espíritu Santo, los hiciste capaces de ello a través del espíritu de fortaleza, que se manifestó en su fidelidad como fruto.

Espíritu Santo, te suplicamos que nos fortalezcas especialmente en estos tiempos en que la fe está siendo cada vez más atacada, para que permanezcamos fieles a ti y no nos dejemos confundir; fieles a tu Palabra, fieles al auténtico Magisterio de la Iglesia y a todo aquello que procede de ti y lleva el sello de tu luz. 

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Meditaciones sobre el Espíritu Santo (12/14): LA MODESTIA

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¡Qué adorno tan precioso es un alma modesta, oh Espíritu Santo; un alma en la que habita este fruto tuyo! Se ha refrenado en ella la apetencia desordenada y ha llegado a la calma. No piensa constantemente en sí misma, y se contenta fácilmente con lo que recibe. No quiere ser el centro de atención, sino ocupar el sitio que Tú has previsto para ella. Por eso, el precioso don de la gratitud y el fruto de la humildad actúan en el alma modesta. Ella irradia serenidad y contento, no tiene que llamar la atención y está libre de toda arrogación o presunción. Sin embargo, en lo que respecta al amor, quiere ser grande: grande en el amor a ti y en el amor a los hombres. ¡El alma modesta tampoco se contenta con una fe pequeña!

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Meditaciones sobre el Espíritu Santo (11/14): LA BONDAD

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Espíritu Santo, con los dones que Tú infundes en nuestra alma, quieres hacer surgir todos aquellos frutos sobre los cuales estamos meditando en estos días previos a la Fiesta de tu descenso. Son verdaderos frutos que hacen resplandecer nuestra vida, son expresión de tu amor y nos ayudan a nosotros, los hombres, a tratarnos los unos a los otros así como Jesús quiso:

“Que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a mí.” (Jn 17,21-23)

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