Breve epílogo sobre Santa Juana de Arco

Estatua de Santa Juana delante de su casa paterna, en Domrémy (Francia)

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Las últimas tres meditaciones, se las hemos dedicado a Santa Juana de Arco. Nosotros, como comunidad, rezamos cada día pidiendo que se nos conceda comprender aún mejor su misión, y que su honor sea plenamente restituido.

¿Por qué pedimos eso?

Muchas veces Santa Juana no ha sido comprendida adecuadamente. No se podía imaginar que Dios intervendría de esta forma en el curso de la historia, y que, a través de una jovencita, podría dar un giro tal a la situación de guerra. Muchas veces, sigue en pie hasta hoy esta incomprensión…

Si se pretende entender a la Doncella de Orléans con conceptos meramente humanos, rápidamente se habrán agotado las explicaciones, o bien uno corre el riesgo de recurrir a teorías que, de ningún modo, pueden comprender lo que significó su misión. En el peor de los casos, se considera que la santa, con sus visiones, no era del todo cuerda. O simplemente se niega la influencia que ella tuvo en aquel contexto histórico.

Los ingleses, por ejemplo, sólo querían explicarse el giro que dio la situación como debido a una influencia del Diablo. En consecuencia, querían ver a la Doncella condenada como bruja, con lo cual quedaría destruida su reputación y, al mismo tiempo, podría ponerse en duda la legitimidad de Carlos VII, como habíamos escuchado en el relato de los últimos días.

Sin embargo, viéndolo con la luz de la fe, podremos descubrir precisamente en la elección de Juana de Arco la sabiduría de Dios. Sí, el Señor se complace en escoger lo que es débil ante el mundo, para glorificarse. En el caso de ella, todos podrían ver que esta muchacha, procedente de una aldea de Lorraine, sería incapaz, humanamente hablando, de llevar a cabo una empresa tal.

“No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16). Entonces, es Dios quien toma la iniciativa en la elección, y no sabemos bajo cuáles criterios lo hace. Pero uno de sus criterios debería resultarnos evidente… Dios vio el corazón de Juana, y sabía que ardía por Él. El Señor desea la cooperación de la persona a la que escoge para Su servicio. Sus criterios no son los talentos naturales; sino la fidelidad del corazón, la profundidad del amor a Dios…

Lo más bello y profundo que podemos descubrir en Juana fue que amó a Dios, y le correspondió plenamente, con la entrega de su vida. Con este punto de partida se nos abre el alma de la Doncella de Orléans, y así podemos comprenderla… Fueron su amor y confianza los que hicieron posible que Dios realizara su obra a través de ella. Así, ella pudo cumplir con su misión y, como consumación de la misma, padecer aquella muerte que antes tanto había temido.

En Juana vivía el espíritu de fortaleza. Es aquel don del Espíritu Santo que le permite a Dios, con nuestro consentimiento, llevarnos más allá de nuestros límites humanos y amarlo a Él más que a nosotros mismos.

Al honrar a Juana por su maravillosa respuesta al llamado de Dios, estamos honrando en primera instancia a Dios mismo. Podemos aplicarle a Juana aquellas palabras que la Virgen María, llena de alegría y humildad, confesó en el Magnificat: “Dios ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava” (Lc 1,48). De forma similar, podemos decir que Dios se fijó en la pequeñez de su hija Juana, y la agració con la gran misión de liberar a su pueblo.

Entonces, el honor de Juana es el honor de Dios. Por eso, es importante que en los relatos y testimonios resplandezca la gloria y la sabiduría de Dios, de manera que esta misión fuera de lo común sea entendida en esta luz. Al quitarle el honor a Juana o al reducírselo, estaremos disminuyendo la gloria que a Dios le corresponde por esta misión.

Particularmente en estos tiempos, intentamos comprender más profundamente la significativa misión de Juana. Actualmente vivimos días difíciles en este mundo, pues oscuras nubes anticristianas se ciernen sobre él.

Parece que, sin darse cuenta, las personas caen cada vez más bajo la presión de gobiernos y grandes instituciones que han emprendido una dirección anti-vida.

Ciertamente hoy no es el momento de reunir un ejército como el de Juana de Arco, ni de defenderse del enemigo como ella lo hizo. En efecto, el enemigo ahora no es una nación concreta que hubiese invadido nuestro país. ¡No, el enemigo es global! Es un espíritu que se rebela contra Dios y quiere usurpar el poder. Se vale de las personas, de sus malas inclinaciones y de su ceguera para llevar a cabo sus planes…

Por eso, el ejército que hoy ha de reunirse es el del Cordero; cuyos soldados aprenderán a luchar con armas espirituales contra aquellos poderes que quieren dominar a la humanidad en todos los aspectos. Para ello se requiere la valentía y humildad de Santa Juana, para defenderse de aquellos enemigos invisibles; pero no sólo defenderse, sino también avanzar al ataque con los medios espirituales.

No cabe duda de que, en este combate, la Doncella junto con los ángeles estará del lado de los fieles, y frustrará todas las pretensiones de un “falso rey” de obtener el dominio sobre nosotros. Más aún: ella instruirá al ejército del Cordero, para que no se deje desanimar por la aparente superioridad aplastante del enemigo, y nos asegurará que los ángeles y santos luchan de nuestro lado. Ésta su misión cobra tanta más importancia cuanto más aumente la ocupación espiritual que se apodera de las personas.

Entonces, la oración que nosotros rezamos a diario ha de servir, por un lado, para acrecentar nuestro amor a Dios y a su hija Juana, y, por otro lado, para reconocer más claramente la ayuda concreta que ella nos ofrece hoy en este combate espiritual, con lo cual la “Doncella de Orléans” sigue realizando su misión desde el cielo. ¡Esperamos que las últimas meditaciones hayan servido a esta finalidad!