UN CAMBIO EN EL CATECISMO RESPECTO A LA PENA CAPITAL

Desapercibidamente, el Papa Francisco ha introducido una modificación en el Catecismo. El tema en cuestión es la pena capital, la cual -según él- ha de considerarse ahora como “inadmisible”.

Dicho sea de antemano que serán pocas las personas, y menos aún los cristianos, que estarían a favor de la pena capital, incluyéndome yo mismo. Aparte de que puede haber condenas tremendamente injustas, y de que las personas pueden arrepentirse profundamente de sus crímenes y convertirse, la pena capital es un castigo cruel, que, en la medida de las posibilidades, debería evitarse. Esto aplica particularmente para nuestro tiempo, puesto que contamos con mejores posibilidades para impedir que un delincuente repita sus graves crímenes.

Sin embargo, aún hoy en día puede haber casos en los cuales no está a la mano esta protección, porque no se puede custodiar de forma segura al criminal, de tal forma que éste no siga amenazando la vida de otras personas, sea directa o indirectamente. Así, un delincuente representa objetivamente un peligro mortal para la sociedad. Por ello, dado un caso extremo, el Estado debe tener la potestad de proteger a sus ciudadanos. De algún modo, bajo estas circunstancias estaría actuando incluso en defensa propia.

En un artículo publicado por First Things[1], el filósofo Edward Feser escribe:

Siempre ha habido desacuerdo entre los católicos sobre si la pena capital es, en la práctica, el modo moralmente mejor para mantener la justicia y el orden social. Sin embargo, la Iglesia siempre ha enseñado, clara y firmemente, que la pena de muerte es, en principio, coherente con la ley natural y con el Evangelio. Esto se enseña en la Escritura -de Génesis 9 a Romanos 13, pasando por otros apartados-, y la Iglesia mantiene que la Escritura no puede enseñar un error moral. Esta enseñanza también la defendieron los Padres de la Iglesia, incluidos aquellos que se opusieron en la práctica a la aplicación de la pena capital. Y los Doctores de la Iglesia, incluidos santo Tomás de Aquino, el teólogo más importante que ha tenido la Iglesia; san Alfonso María de Ligorio, el mayor teólogo moral de la Iglesia; y san Roberto Belarmino que, más que cualquier otro Doctor, ilustró cómo la enseñanza cristiana se aplica a las circunstancias políticas modernas.

También ha sido defendida clara y firmemente por los papas hasta Benedicto XVI, inclusive. Que los cristianos, en principio, pueden recurrir legítimamente a la pena de muerte lo enseña el Catecismo Romano promulgado por el Papa San Pío V; el Catecismo de Doctrina Cristiana promulgado por el Papa San Pío X; y las versiones más recientes del Catecismo -de 1992 y 1997- promulgado por el Papa San Juan Pablo II. Y esto a pesar de que -como es sabido- Juan Pablo II se opuso a la aplicación de la pena capital en la práctica. Los Papas San Inocencio I e Inocencio III enseñaron que, en principio, la aceptación de la legitimidad de la pena capital es un requisito de la ortodoxia católica. El Papa Pío XII apoyó de manera explícita la pena de muerte en distintas ocasiones. 

El Papa Francisco, en cambio, quiere que el Catecismo enseñe que la pena capital no debe utilizarse nunca (en lugar de “muy rara vez”) y justifica este cambio no por razones prudenciales, sino “para recoger mejor el desarrollo de la doctrina en este punto”. La implicación es que el Papa Francisco cree que razones de doctrina o de principio hacen imposible el uso de la pena capital de una manera absoluta. Además, decir, como hace el Papa, que la pena de muerte atenta contra “la inviolabilidad y la dignidad de la persona” significa que esta práctica es intrínsecamente contraria a la ley natural. Y decir, como hace el Papa, que “la luz del Evangelio” descarta la pena capital significa que es intrínsecamente contraria a la moral cristiana.

No puede, entonces, tratarse de un desarrollo de la doctrina, así como tampoco lo es Amoris Laetitia. En sus argumentaciones, el Papa Francisco no se refirió a un fundamento bíblico ni pudo citar la Tradición de la Iglesia. Esta iniciativa suya procede de sus convicciones personales y, lamentablemente, está en contradicción a la precedente doctrina de la Iglesia.

¿Por qué es importante llamar la atención sobre este punto, y no tratarlo simplemente como algo secundario, puesto que, en todo caso, la mayoría de personas están en contra de la pena capital?

  1. El Estado tiene el derecho (y el deber)de proteger a sus ciudadanos, cuando están siendo gravemente amenazados por delincuentes y no hay modo de impedir que éstos continúen con sus terribles actos de violencia. En este contexto, citamos al entonces Cardenal Ratzinger[2]:

“Aunque la Iglesia exhorta a las autoridades civiles (…) a ejercer discreción y misericordia al castigar a criminales, aún sería lícito (…) recurrir a la pena capital”

  1. Si el Papa Francisco modifica el Catecismo, de manera que ahora la pena capital sea en principio un error, esto significaría -como bien dice Edward Feser- que“la Iglesia ha enseñado de manera continua, durante dos milenios, un grave error moral y ha malinterpretado la Escritura. Y si la Iglesia ha estado tan equivocada durante tanto tiempo sobre algo tan serio, entonces no hay enseñanza que no pueda ser cambiada, justificando este cambio en virtud de un ‘desarrollo’, y no de una contradicción.”

¿Quién protegerá entonces a la Iglesia de futuros “desarrollos doctrinales”? El Papa Francisco ha hecho declaraciones que parecen contradecir a la tradicional doctrina católica sobre la anticoncepción, el matrimonio y el divorcio, la gracia, la conciencia, la santa comunión, entre otros… ¿Quién nos garantiza entonces que estos cambios no serán introducidos en el Catecismo como una “nueva comprensión” de las cosas? Pensemos, por ejemplo, que una nueva valoración de la homosexualidad y su respectiva práctica podría encontrar cabida en el Catecismo.

Es un peligro para la Iglesia si de repente, sin la debida fundamentación, empieza a ponerse en duda lo que Ella ha enseñado durante mucho tiempo. Aunque en este caso parezca secundaria la materia de la pena capital, lo que también está en juego es el principio en sí mismo.

  1. Se está socavando la autoridad de la Iglesia, como explica nuevamente Edward Feser:

Si el Papa Francisco está realmente afirmando que la pena capital es intrínsecamente mala, entonces la Escritura, los Padres de la Iglesia, los Doctores de la Iglesia y todos los papas anteriores estaban equivocados. O lo está el Papa Francisco. No hay una tercera alternativa. Tampoco hay ninguna duda de quién estaría equivocado en este caso. La Iglesia siempre ha reconocido que los papas pueden cometer errores doctrinales cuando no hablan ‘ex cathedra’.

Este cambio no sólo socavaría la credibilidad de todos los papas anteriores, sino también la del propio Papa Francisco. Porque si el Papa San Inocencio I, el Papa Inocencio III, el Papa San Pío V, el Papa San Pío X, el Papa Pío XII, el Papa San Juan Pablo II y otros muchos papas pudieron hacer las cosas tan mal, ¿por qué deberíamos creer que el Papa Francisco ha conseguido, de alguna manera, hacer por fin las cosas bien?

Después de Amoris Laetitia, el cambio introducido en el Catecismo en el tema de la pena capital es un paso más del Papa Francisco para imponer sus propias ideas respecto al camino de la Iglesia.

Algunos atentos católicos y pastores de la Iglesia han identificado este suceso como un paso crítico y se han posicionado al respecto.

El 31 de mayo de 2019, el Cardenal Raymond Burke (Patrono de la Soberana y Militar Orden de Malta), el Cardenal Janis Pujats (Arzobispo emérito de Riga), Tomash Peta (Arzobispo de la Arquidiócesis de Santa María en Astana), Jan Pawel Lenga (Arzobispo emérito de Karaganda) y Athanasius Schneider (obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Santa María en Astana) publicaron un escrito en el cual quieren ofrecer orientación a los fieles en tiempos de confusión. Así es como justifican su intervención[3]:

Con espíritu de caridad fraterna, publicamos la presente ‘Declaración de verdades’ a modo de ayuda espiritual concreta para que los obispos, sacerdotes, parroquias, comunidades religiosas, asociaciones de fieles laicos y particulares tengan oportunidad de confesar en privado o en público las verdades que más se niegan o desfiguran en nuestros tiempos. La siguiente exhortación del apóstol San Pablo debe entenderse como dirigida a cada obispo y fiel laico de hoy: “Lucha la buena lucha de la fe; echa mano de la vida eterna, para la cual fuiste llamado, y de la cual hiciste aquella bella confesión delante de muchos testigos. Te ruego, en presencia de Dios que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús –el cual hizo bajo Poncio Pilato la bella confesión– que guardes tu mandato sin mancha y sin reproche hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo” (1Tim 6,12-14).

En lo referente a nuestro tema específico, los prelados escriben en el artículo 28 de su “Declaración de las verdades relacionadas con algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo”[4]:

De conformidad con las Sagradas Escrituras y con la constante Tradición del Magisterio ordinario y universal, la Iglesia no erró al enseñar que las autoridades civiles pueden aplicar legítimamente la pena capital a los malhechores cuando sea verdaderamente necesario para preservar la existencia o mantener el orden justo en la sociedad (cf. Gn 9,6; Jn 19,11; Rm 13,1-7; Inocencio III, Professio fidei Waldensibus praescriptaCatecismo Romano del Concilio de Trento, p. III, 5, n. 4; Pio XII, Discurso a los juristas Católicos, 5 de diciembre de 1954).

En estos tiempos de gran confusión, el Señor no deja a su Iglesia sin pastores fieles. Aunque sean muy pocos los que alzan su voz (a mi parecer, demasiado pocos), están ahí y cumplen su obligación. De esta manera se señalan los errores y se resalta la doctrina recta.

Al finalizar esta reflexión, quisiera indicar que aquí nuevamente se manifiesta un error. La modificación -yo diría- arbitraria del Catecismo, me parece que corresponde a ese mismo espíritu que se hace presente en Amoris Laetitia, en la Declaración de Abu-Dhabi y en el culto idolátrico a la Pachamama; en este último caso, atentando contra el Primer Mandamiento.

En ese sentido, es importante señalar el error del Papa Francisco también en esta cuestión, para que los fieles no se dejen engañar.

[1] https://www.firstthings.com/web-exclusives/2018/08/pope-francis-and-capital-punishment

[2] Cardenal Joseph Ratzinger (2004): Dignidad para recibir la santa communion: principios generales, n. 3

[3] http://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=35084

[4] http://www.infocatolica.com/?t=ic&cod=35085