CONFIANZA EN LA DIVINA PROVIDENCIA

“En lo que respecta a la confianza, basta con conocer las propias debilidades y decirle al Señor que queremos depositar toda nuestra confianza en Él. La medida de la providencia divina en nosotros es la confianza que depositamos en ella. ¡Abandonémonos sin reservas a esta santa Providencia y permanezcamos en sus brazos, como un niño en el seno de su madre!” (Carta de San Francisco de Sales a Santa Juana de Chantal).

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Confiar en Dios en horas oscuras

Bar 4,5-12.27-29

¡Ánimo, pueblo mío, memoria de Israel! Habéis sido vendidos a las naciones, mas no para la destrucción. Por haber desatado la cólera de Dios, habéis sido entregados a los enemigos. Pues habéis irritado a vuestro Creador, ofreciendo sacrificios a los demonios y no a Dios. Olvidasteis al Dios eterno que os alimentó y afligisteis a Jerusalén que os crió. Cuando ella vio caer sobre vosotros el castigo de Dios, dijo: “Escuchad, vecinas de Sión, Dios me ha enviado una gran pena.

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“ALZAD VUESTROS OJOS”

“Y vosotros, hijos míos que habéis perdido la fe y vivís en tinieblas: alzad vuestros ojos y veréis los rayos de luz que vienen a iluminaros” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

La situación de aquellos que han perdido la fe es de gran necesidad. Pensemos, por ejemplo, en un religioso o sacerdote que ha dejado su vocación. Tal vez empezó bien, intentando servir a su Señor con gran fervor. Pero después llegaron las tentaciones y terminó cayendo en ellas. Cuantas más veces caía, menos podía –y tal vez ya ni siquiera quería– resistir. Así, el amor se enfriaba cada vez más y las tinieblas se difundían. Y estas tinieblas pesan con particular densidad sobre aquellos que en otro tiempo estaban cerca del Señor. ¡Cuán difícil les resulta volver!

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Me lanzo a lo que está por delante

Fil 3,8-14 (Lectura correspondiente a la memoria de San Bruno)

Hermanos: Todo lo considero pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él perdí todas las cosas; incluso las tengo ahora por basura con tal de ganar a Cristo y vivir en él, no por mi justicia, la que procede de la Ley, sino por la que viene de la fe en Cristo, justicia que procede de Dios, por la fe. Y, de este modo, lograr conocerle a él y la fuerza de su resurrección, y participar así de sus padecimientos, asemejándome a él en su muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de entre los muertos. 

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La distancia frente al mundo

 

Lc 10,1-12

Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todas las poblaciones y sitios adonde él había de ir. Pero antes les dijo: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id, pero sabed que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. Si entráis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa.’ Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros.

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JESÚS ALABA LA SABIDURÍA DEL PADRE

“Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25).

En estas palabras de Jesús, se percibe cuánto se complace Él en la sabiduría de su Padre. Si incluso nosotros alabamos al Padre por su sabiduría, cuando empezamos a conocerlo y amarlo cada día más, ¡cuánto más lo hará nuestro Señor! Siendo su amado Hijo, Él comprende al Padre Celestial en otro nivel. Él conoce la gloria del Padre en toda su plenitud, sin esos límites que nosotros, los hombres, tenemos.

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San Francisco de Asís y la radicalidad del llamado

Lc 9,57-62

Mientras iban caminando, uno le dijo: “Te seguiré adondequiera que vayas.” Jesús replicó: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.” Dijo a otro: “Sígueme.” Pero él respondió: “Déjame ir primero a enterrar a mi padre.” Replicó Jesús: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vete a anunciar el Reino de Dios.” Hubo otro que le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.” Replicó Jesús: “Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.”

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ALABANZA A DIOS PADRE

Después de haber meditado detalladamente cada parte de la alabanza a Dios Padre en el Himno a la Santísima Trinidad, queremos ahora concluir esta serie rezando esta alabanza en su integridad:

Alabado seas, Padre Eterno, Dios Santo, fuerte y vivo. No hay nadie como Tú y nada se compara a las obras que Tú has creado. Todos los pueblos vienen a adorarte y rinden gloria a Tu nombre, porque Tú eres el Dios Santo, vivo, veraz y bondadoso.

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Justicia y misericordia

Lc 9,51-56

Cuando iba a cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús decidió firmemente marchar hacia Jerusalén. Y envió por delante a unos mensajeros, que entraron en una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje, pero no le acogieron porque llevaba la intención de ir a Jerusalén. Al ver esto, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?” Pero él se volvió hacia ellos y les reprendió. Y se fueron a otra aldea.

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