Dar el sitio adecuado a los signos y milagros

Jn 4,43-54

En aquel tiempo, Jesús partió de Samaría hacia Galilea. Él mismo había afirmado que un profeta no goza de prestigio en su patria. Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.

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Permanecer en la humildad

Lc 18,9-14

En aquel tiempo, dijo Jesús la siguiente parábola a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo a orar: uno fariseo y otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres: rapaz, injusto y adúltero; ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana y doy el diezmo de todas mis ganancias.’ En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’ Os digo que éste regresó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado.”

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Una gran historia de amor (Solemnidad de la Anunciación)

Lc 1,26-38

Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a un pueblo de Galilea, llamado Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David. La virgen se llamaba María. Cuando entró, le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.” Ella se conturbó por estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo.

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Dirijamos nuestro rostro a Dios

Jer 7,23-28

Así dice el Señor: “Lo que les mandé fue esto: ‘Si escucháis mi voz, yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, e iréis por donde yo os mande, para que os vaya bien.’ Mas ellos no escucharon ni aplicaron el oído, sino que se guiaron por la pertinacia de sus malas intenciones. Se volvieron de espaldas, por no darme la cara. Desde el día en que salieron vuestros padres de Egipto hasta el día de hoy, os envié a todos mis siervos, los profetas, cada día puntualmente. Pero no me escucharon ni aplicaron el oído, sino que se obstinaron y obraron peor que sus padres. Les dirás, pues, todas estas palabras, mas no te escucharán. Los llamarás y no te responderán. Entonces les dirás: Ésta es la nación que no ha escuchado la voz de Yahvé su Dios, ni ha querido aprender. La verdad ha desaparecido, ha sido arrancada de su boca.”

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Los sanadores mandamientos de Dios

Mt 5,17-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos”.

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Un corazón contrito

Dan 3,25.34-41

En aquellos días, Azarías, de pie en medio del fuego, tomó la palabra y oró así: “No nos abandones para siempre a causa de tu Nombre, Señor, no anules tu Alianza, no apartes tu misericordia de nosotros, por amor a Abraham, tu amigo, a Isaac, tu servidor, y a Israel, tu santo, a quienes prometiste una descendencia numerosa como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar.

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Dios actúa a su manera

2Re 5,1-15a 

Naamán, jefe del ejército del rey de Aram, era hombre muy estimado y favorecido por su señor, porque por su medio había dado Yahveh la victoria a Aram. Este hombre era poderoso, pero tenía lepra. Habiendo salido algunas bandas de arameos, trajeron de la tierra de Israel una muchachita que se quedó al servicio de la mujer de Naamán. Dijo ella a su señora: “Ah, si mi señor pudiera presentarse al profeta que hay en Samaría, pues le curaría de su lepra.” Fue él y se lo manifestó a su señor diciendo: “Esto y esto ha dicho la muchacha israelita.” Dijo el rey de Aram: “Anda y vete; yo enviaré una carta al rey de Israel.”

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La necesidad de la conversión

Lc 13,1-9

En una ocasión, llegaron algunos donde Jesús, que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. ¿O pensáis que aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé y los mató eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo”.

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La fe nos es reputada como justicia

Rom 4,13.16-18.22

Hermanos: No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo. Por eso, para que fuese un don, la promesa tenía que depender de la fe, y así quedar asegurada para toda la posteridad; no sólo para los de la ley, sino también para los de la fe de Abrahán, padre de todos nosotros.

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