Amor a Dios y amor al prójimo – Meditaciones sobre el Mensaje del Padre (Parte 24)

«El amor a Dios tiene tal prioridad que existen en nuestra Iglesia los monasterios contemplativos, que, apartados del mundo, sirven a Dios»

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El gran tema que está presente en todo el Mensaje del Padre es el amor de Dios y el amor a Dios.

Hoy en día resulta particularmente importante este tema, siendo así que no pocas veces en la Iglesia se está poniendo en primer plano la primacía del amor al prójimo y la mejora de este mundo, mientras que el cultivar el amor a Dios se coloca al mismo nivel o incluso por debajo. Así, sucede una especie de “cambio de perspectiva”, y el hombre, en lugar de Dios, ocupa el centro de atención.

Sin embargo, por muchas razones esto va en detrimento de la verdadera fe y, a largo plazo, también perjudica al alma humana. El hombre, entonces, corre el riesgo de practicar las obras de caridad a partir de las fuerzas de su propia alma, sin renovarse en el Espíritu del Señor. A consecuencia, fácilmente se sufre de un enorme agotamiento, y también queda opacado el testimonio de los cristianos que han de actuar “en el Señor”. La situación cambia cuando las obras de caridad brotan de la fuerza de Dios y se las realiza en unión con Él; cuando están impregnadas de un auténtico espíritu de piedad.

Sobre este tema, el Mensaje del Padre nos dice lo siguiente:

“¿No es cierto que los cristianos practicarían esta religión santa con mayor fuerza, sin miedo, con sinceridad y más profundamente, si me conocieran como soy; es decir, como su Padre bondadoso y misericordioso?

Hijos míos, ¿no es acaso cierto que, si supiérais que tenéis un Padre que piensa en vosotros y que os ama con un amor infinito, os esforzaríais más por cumplir más fielmente vuestros deberes cristianos y vuestros deberes de estado, por causa de la justicia para con Dios y con los hombres?

¿No es cierto que me amaríais como tiernos hijos si conociérais a este Padre, que os ama a todos vosotros sin excepción y que a todos os llama con el hermoso nombre de “hijos”? ¿Acaso entonces este amor que me ofreceríais no se convertiría, con la ayuda de mi gracia, en un amor activo, que se extiende al resto de la humanidad, que aún no conoce esta comunidad de los cristianos ni mucho menos a Aquel que los creado y que es su Padre?”

Entonces, el amor al prójimo obtiene un resplandor muy especial cuando no sólo brota de la buena voluntad; sino que se alimenta del amor de Dios. El profundizar en la fe, el conocer mejor a Dios, lleva al auténtico amor al prójimo, porque se verá en él a un hijo de Dios y se lo amará con un amor sobrenatural, que es más capaz de sufrir y que puede elevarse hasta el amor a los enemigos.

Con este trasfondo, también resulta evidente por qué la evangelización tiene la primacía, que fue el encargo que el Señor dejó a Su Iglesia. Se trata de transmitir la fe en palabras y obras, sin caer en el engaño de que hoy en día esto ya no sería tan importante.

El cultivo y el crecimiento del amor a Dios tiene tal prioridad que existen en nuestra Iglesia los monasterios contemplativos, que, apartados del mundo, sirven a Dios y, a través de esta entrega, fructifican todo el apostolado de la Iglesia. ¡La Iglesia siempre valoró de forma especial estas vocaciones!

Si hoy en día esto ya no resulta tan claro, y si se pretende modernizar los monasterios, esto mostraría un decrecimiento en la comprensión de la vida contemplativa, que está totalmente enfocada en el amor de Dios.

Por eso, yo –el Hermano Elías– quisiera aprovechar la ocasión para mandar un saludo especial a los monasterios carmelitas, a las clarisas y a otras comunidades y vocaciones contemplativas. ¡No se dejen confundir por el espíritu del tiempo, creyendo que ha llegado el momento de modernizarse puesto que al momento ésta es la tendencia general! ¡Dios es y seguirá siendo el gran tema, y de ahí brota todo lo demás! ¡Permanezcan fieles a su vocación y presérvense de toda manifestación de un “culto al hombre”!

Lo que he dicho para los monasterios contemplativos, aplica también para todos los que siguen al Señor.

Escuchemos, entonces, atentamente lo que el Padre nos dice a través de la Madre Eugenia en este Mensaje: “¿No es cierto que me amaríais como tiernos hijos si conociérais a este Padre, que os ama a todos vosotros sin excepción y que a todos os llama con el hermoso nombre de “hijos”? ¿Acaso entonces este amor que me ofreceríais no se convertiría, con la ayuda de mi gracia, en un amor activo, que se extiende al resto de la humanidad?”

Para nosotros, los hombres, el gran tema es Dios; así como nosotros somos el gran tema para Su amor. Si nos sumergimos en Su amor, seremos capaces de amar como Él. ¡Sólo Dios basta, y todo lo demás se nos dará por añadidura (cf. Mt 6,33)!