«Amad el bien»

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Am 5,14-15.21-24

Buscad el bien, no el mal. De ese modo viviréis, y estará con vosotros Yahvé Sebaot, tal como decís. Aborreced el mal, amad el bien, implantad el derecho en la Puerta; quizá Yahvé Sebaot tenga piedad del Resto de José. Yo detesto, odio vuestras fiestas, no me aplacan vuestras solemnidades. Si me ofrecéis holocaustos… no me satisfacen vuestras oblaciones, ni miro vuestros sacrificios de comunión, de novillos cebados. ¡Aparta de mí el rumor de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas! ¡Que fluya, sí, el derecho como agua y la justicia como arroyo perenne!

En el texto de hoy, el Señor nos deja bien en claro lo que significa llevar una verdadera vida de fe. Al Señor le repugna que, por una parte, practiquemos los ritos de nuestra fe; mientras que, por otra parte, nuestra actitud interior no sea acorde a esta fe, ni la pongamos en práctica en las obras. Por eso, para aquel que sigue al Señor, será siempre esencial examinarse en la práctica de su fe, y en ello podrá medir su autenticidad. Aquí conviene que seamos autocríticos, de forma apropiada, pues las inclinaciones de nuestra naturaleza, que siempre busca su propio beneficio, tratan de imponerse una y otra vez, y hace falta que les ofrezcamos resistencia en un combate espiritual perseverante.

El Señor nos da los lineamientos: “Buscad el bien, no el mal; aborreced el mal, amad el bien”. Si queremos poner en práctica la Palabra del Señor, no será suficiente con hacer algo bueno de vez en cuando; sino que estamos llamados a buscar constantemente el bien y a convertirlo en nuestra actitud fundamental. Y el Señor lo refuerza aún más cuando dice: “Amad el bien.”

El amor es una fuerza de unificación. Cuando amamos a una persona, queremos vivir en unidad con ella, y procuramos hacer a un lado todo aquello que se interpone al amor. ¡Lo mismo sucede en la relación con Dios, y es más fuerte aún! Todo lo que podría separarnos de Él debe ser quitado, y aquello que nos une a Él es lo que debemos aspirar.

Dios nos mostrará siempre las oportunidades de hacer el bien, cuando realmente lo busquemos. Conocemos sus mandamientos y sus indicaciones: ayudar al necesitado, poner en práctica las obras de misericordia corporales y espirituales, practicar la justicia, anunciar el Evangelio…

Todo esto nos ha sido dicho, y además podemos invocar la ayuda del Espíritu Santo, para que Él nos lo recuerde y podamos así reconocer la Voluntad de Dios en la situación concreta y hacer el bien, porque lo verdaderamente bueno siempre viene de Dios.

Cuanto más vayamos adquiriendo, con la gracia de Dios, la actitud de “hacer el bien” y vayamos profundizándola más y más en el constante ejercicio, tanto más nos uniremos a Dios, que es la Bondad misma. Y en esta unificación, que sucede por amor, crecerá el amor; de manera que no haremos el bien solamente porque nos parece que es correcto actuar así; sino que lo haremos porque amamos el bien y porque así podrá manifestarse en nuestra vida la presencia de Dios.

En este camino, será necesario evitar y aborrecer el mal en cualquiera de sus formas, y estar siempre muy vigilantes. Si tomamos como criterio el realismo de las Escrituras y si somos sinceros con nosotros mismos, entonces podremos darnos cuenta de que no siempre estamos “automáticamente” inclinados al bien. Por ello, hemos de percibir y vencer aquellos movimientos negativos de nuestro corazón, aun los más sutiles, pues éstos son un obstáculo para el amor y un impedimento para poner en práctica el bien. Pero si el corazón se va purificando y practicamos las virtudes, entonces nos resultará cada vez más natural hacer el bien y lo amaremos, porque el Espíritu de Dios irá ganando más terreno en nuestro interior. ¡Y Él siempre nos empuja al bien!

¡A Dios le encanta morar en un alma que emprenda esta dirección, y esta alma podrá vivir auténticamente! Ella será renovada y fortalecida una y otra vez al practicar el bien, y ella amará hacer el bien.