AFERRARSE AL ANCLA DE LA CONFIANZA

“Os exhorto una y otra vez a la confianza, pues un alma que confía en su Señor y pone en Él toda su esperanza, no tiene nada que temer. Pero el enemigo de nuestra salvación siempre ronda en torno nuestro para arrebatar el corazón del ancla que nos lleva a la salvación; a saber, la confianza en Dios, nuestro Padre. Tenemos que sujetar muy, muy fuerte esta ancla, sin permitir que se nos suelte un solo instante, porque entonces todo estaría perdido” (San Pío de Pietrelcina).

Una y otra vez se nos insiste en que confiemos en nuestro Padre Celestial. En efecto, este es también el gran tema del Mensaje del Padre a la Madre Eugenia Ravasio. La confianza en nuestro Padre es tan decisiva que debemos meditar una y otra vez sobre ella, contemplándola desde diversas perspectivas y poniéndola en práctica día tras día.

Aún más provechoso que contemplar la belleza de la confianza como tal es recordar que el Padre mismo nos pide esta confianza en Él, porque así lo glorificamos y le mostramos nuestro amor. Además, nuestra confianza le da “libre acceso” al Padre para colmarnos de su amor sin impedimentos.

Como nos dice el Padre Pío, también es necesario defender la confianza frente a los ataques, porque el enemigo del género humano trata de infundirnos desconfianza en Dios, tal como lo hizo en el Paraíso en la primera tentación (cf. Gen 3,1-7). Sus pretensiones deben ser rechazadas, contrarrestando cada sentimiento de desconfianza con un acto de confianza aún más profundo de nuestra voluntad.

No sólo podemos pedir al Señor que fortalezca nuestra confianza, sino que también debemos decidirnos a confiar en Él, especialmente en las horas de oscuridad y tribulación.

Hemos de sujetar el ancla de la confianza, porque es un ancla de salvación especialmente en los tiempos oscuros en los que actualmente nos encontramos. Dios nos guiará a través de este tiempo y podemos esperar que, una vez concluido, vuelva a brillar con más fuerza la luz del Evangelio y la bondad de Dios para los hombres.