Santa Juana de Chantal y el martirio del amor

Mc 3,31-35 (Lectura correspondiente a la memoria de Santa Juana de Chantal)

En aquel tiempo, vinieron su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, enviaron a llamar a Jesús. Y estaba sentada a su alrededor una muchedumbre, y le dicen: “Mira, tu madre, tus hermanos y tus hermanas te buscan fuera.” Él les responde: “¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos?” Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dice: “Éstos son mi madre y mis hermanos: quien hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.”

Hoy queremos conocer a una santa más del gran ejército de santos de nuestra Iglesia Católica. En cada uno de ellos podemos reconocer de forma especial la obra de Dios. Se trata siempre de una historia de amor entre el Señor y un alma que ha correspondido enteramente a su llamado. Así como cada persona es única, también suele serlo su historia de vida y su vocación.

En la meditación de ayer escuchamos hablar del paso radical que dio Santa Clara para emprender una vida contemplativa estricta. Hoy nos encontramos con Juana Francisca de Chantal, que también siguió el llamado del Señor y encontró así el camino de santidad dispuesto para ella. Estas dos santas mujeres tenían, a su vez, una especial conexión espiritual con un santo varón. En el caso de Santa Clara, era San Francisco de Asís; en el de Juana Francisca, era San Francisco de Sales, obispo y fundador, quien fue su director espiritual.

En primer lugar, escucharemos una breve biografía sobre la santa de hoy:

Juana Francisca (1572- 1641) era hija de Benigno Frémyot, presidente del Parlamento de Borgoña. A sus 20 años de edad fue desposada con Christophe de Rabutin, el joven, adinerado y vivaz barón de Chantal. De su feliz matrimonio nacieron seis hijos, de los cuales sólo cuatro sobrevivieron. Tras apenas ocho años de haberse casado, su esposo murió en un accidente de caza. A partir de entonces, Juana decidió vivir célibe. Durante un tiempo frecuentó el Convento Carmelita de Dijon, donde adquirió claridad sobre su vocación. Así, puso en buenas manos a sus hijos (la mayor, por ejemplo, se había casado con el hermano de Francisco de Sales) y pudo entregarse a su vocación.

En 1610 fundó, junto con San Francisco de Sales, la Orden de la Visitación –las monjas salesas o visitandinas–, cuyos miembros debían llevar una vida de santidad sin el rigor formalizado de otras órdenes religiosas. Algo muy importante para las hermanas era la decisión individual de seguir a Cristo.

De las frases que Santa Juana de Chantal nos dejó como legado, citaré aquellas que considero que pueden ser importantes para muchas personas, incluso si no han sido llamadas a apartarse totalmente del mundo ni a padecer un “martirio de sangre”.

Se conoce la siguiente conversación entre la santa y sus hermanas de comunidad. Juana les pregunta:“Hijas queridísimas, muchos de nuestros santos Padres y columnas de la Iglesia no sufrieron el martirio, ¿por qué creéis que ocurrió esto?”

Después de haber respondido una por una, Santa Juana dijo: “Pues yo creo que esto es debido a que hay otro martirio, el del amor, con el cual Dios, manteniendo la vida de sus siervos y siervas, para que sigan trabajando por su gloria, los hace, al mismo tiempo, mártires y confesores (…).”

Una hermana preguntó entonces cómo se realizaba dicho martirio, a lo que Juana contestó: “Sed totalmente fieles a Dios, y lo experimentaréis. El amor divino hunde su espada en los reductos más secretos e íntimos de nuestras almas, y llega hasta separarnos de nosotros mismos. Conocí a un alma a quien el amor separó de todo lo que le agradaba, como si un tajo, dado por la espada del tirano, hubiera separado su espíritu de su cuerpo.”

Al preguntarle otra hermana sobre la duración de este martirio, ella dijo:
“Desde el momento en que nos entregamos a Dios sin reservas hasta el fin de la vida. Pero esto lo hace Dios sólo con los corazones magnánimos que, renunciando completamente a sí mismos, son completamente fieles al amor (…).”

Este “martirio de amor” significa esforzarse constantemente por cumplir la Voluntad de Dios en la situación de vida a la que uno ha sido llamado. Así se pone en práctica la exhortación de no anteponer nada al amor de Dios. El “martirio del amor” significa morir a la voluntad propia, y entonces el amor de Dios se encargará de que seamos purificados a través del Espíritu Santo, de manera que sólo su Voluntad, y no la nuestra, sea nuestro pan de cada día (en la medida en que esto sea posible en nuestra existencia terrenal).

Es un martirio “dulce” y magnánimo, porque “el amor es fuerte como la muerte” (Ct 8,6). Este sufrimiento del amor es dulce, porque, al emprender un camino tal, despierta cada vez más en el alma el amor a Dios, que es para ella la mayor dulzura y el mayor refrigerio, y por el cual es capaz de dejarlo todo atrás. El hecho de que este proceso implique sufrimiento se relaciona con el apego desordenado que aún tenemos a las cosas de este mundo y a las personas, que es un obstáculo para el despliegue de este amor. El desprendimiento bajo el influjo del Espíritu Santo trae sufrimiento porque el alma se ha atado con un amor falso y es necesario desatarla. Sin embargo, el sufrimiento se convierte en alegría cuando se van dando los pasos respectivos.

Entonces, aunque no esté previsto para nosotros el “martirio de sangre”, podemos alcanzar un alto grado de santidad si día a día cumplimos de forma consciente y de buena gana la Voluntad de Dios, permaneciendo fieles a este camino hasta la muerte, tal y como lo hicieron Santa Juana de Chantal, Santa Clara de Asís y tantos otros santos que, aunque desconozcamos su nombre y su historia, brillan como estrellas en el cielo de la Iglesia. Cerremos esta meditación con una oración de la santa de hoy, pidiendo que cumplamos siempre la Voluntad del Padre y seamos así “hermanos y hermanas” de Nuestro Señor:

“Oh Señor, tus ojos, que atraviesan aun los más íntimos pliegues de mi corazón, ven que mi mayor deseo es cumplir tu santa Voluntad, pero ven también mi impotencia. Por eso, oh Redentor mío, te imploro que, por tu infinita misericordia, me concedas la gracia de cumplir perfectamente tu Voluntad, para que te alabe y ensalce sin fin. Amén.”

NOTA: A partir de mañana escucharemos una serie de tres meditaciones marianas que nos conducirán a la Fiesta de la Asunción. En la primera, la honraremos como “Hija del Padre”; en la segunda, como “Madre del Hijo”; y en la tercera, finalmente, como “Esposa del Espíritu Santo”.

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