UNA MIRADA DE SU AMOR

“Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa” (Sal 83,11).

¡Hasta qué punto el salmista comprendió lo que significa estar en la cercanía de Dios! En efecto, ¿no es así? Aunque fuera un solo día que pudiéramos pasar cerca de nuestro amado Padre, ¡qué incomparable sería éste en relación con todos los demás días en que no estuvimos junto a Él!

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La humildad como fundamento

1Pe 5,5-14

Revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que, llegada la ocasión, os ensalce; confiadle todas vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros. Sed sobrios y velad.

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“TE ALIMENTARÍA CON FLOR DE HARINA”

 

“¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!: te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre” (Sal 80,14.17).

Esto es lo que nuestro Padre Celestial nos tiene preparado: una vida en abundancia, una vida en su amorosa presencia, supliendo copiosamente las necesidades corporales y espirituales de sus hijos y colmándolos con su amor desbordante e incesante. ¡Éstas son las intenciones de nuestro Padre, que permanecen inmutables! Con los ojos de la fe podemos reconocerlas y regocijarnos día a día en el Padre.

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Trabajad por el alimento que perdura

Jn 6,22-29

Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar vio que allí no había más que una barca y que Jesús no se había embarcado con sus discípulos, sino que éstos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades, cerca del lugar donde habían comido pan.

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“ISRAEL NO QUISO OBEDECER”

“Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado,
para que anduviesen según sus antojos”
(Sal 80,12-13).

Estos versos del salmo describen la consecuencia de no escuchar la voz de nuestro Padre. Dios nos hace ver que con nuestra voluntad nos negamos a obedecerle: “Israel no QUISO obedecer”.

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Una vida en el temor del Señor

1Pe 1,17-21

Hermanos: Si llamáis Padre a quien, sin acepción de personas, juzga a cada cual según su conducta, conducíos con temor durante el tiempo de vuestro destierro. Y sabed que no habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres con algo caduco, con oro o plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, cordero sin tacha y sin mancilla. Él fue predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos en interés vuestro; y por medio de él creéis en Dios, que le ha resucitado de entre los muertos y le ha dado la gloria, de modo que vuestra fe y vuestra esperanza estén en Dios.

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“OJALÁ ME ESCUCHASES, ISRAEL”


“Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti; ¡ojalá me escuchases Israel!” (Sal 80,9).

Conocemos un poco el gran sufrimiento que resulta cuando no escuchamos la voz del Señor, cuando no prestamos atención a sus advertencias y directrices, cuando nos desviamos de sus mandamientos… Cuando esto sucede, el hombre se aleja de la guía del Señor e incluso puede caer bajo el dominio de influencias hostiles a Dios. Así, la vida puede convertirse en un desastre.

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Aun en la oscuridad Jesús está con nosotros

Jn 6,16-21

Al atardecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar; subieron a una barca y se dirigieron al otro lado del mar, a Cafarnaún. Había ya oscurecido, pero Jesús todavía no había llegado. Soplaba un fuerte viento y el mar comenzó a encresparse. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca; y sintieron miedo. Pero él les dijo: “Soy yo. No temáis.” Quisieron recogerle en la barca, pero en seguida la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían. 

“Había ya oscurecido, pero Jesús todavía no había llegado”… Podemos adaptar esta situación de los discípulos a nuestro camino de seguimiento o al camino de la Iglesia. La “oscuridad” de la que aquí se nos habla podemos entenderla más allá de una realidad física.

Adaptémoslo primeramente a nuestra situación personal. En el camino de seguimiento de Cristo, puede haber situaciones en las que nos encontremos a oscuras. Pensemos, por ejemplo, en los discípulos después de que el Señor había muerto y antes de que resucitara. Su fe no era lo suficientemente fuerte como para contemplar la muerte de Jesús bajo esta luz, ni para recordar las palabras del Señor, que ya les había predicho todo aquello (cf. Mc 10,33-34).

A nosotros puede sucedernos algo similar… La oscuridad puede envolvernos, la luz parece haber desaparecido y Jesús no ha llegado todavía, o al menos esa es nuestra impresión.

Esta oscuridad puede tener varias causas. En la tradición mística de la Iglesia, se habla de la así llamada ‘noche de los sentidos’ y de la ‘noche del espíritu’. En estos términos, se expresa una transformación que experimentamos a lo largo del camino de la fe. Si nuestra relación con el Señor había estado muy marcada por los sentimientos y las emociones, puede suceder que, en un momento que Dios determine, Él nos prive de la experiencia sentimental de su presencia. Entonces, lo que antes hacíamos gustosamente y nos resultaba muy fácil, como por ejemplo cantar ciertas canciones, orar con emotividad o realizar ciertas prácticas religiosas, de repente ya no nos “sabe bien”. Nuestros sentidos están, por así decir, a oscuras. En esta situación, puede que nuestros sentimientos se rebelen, como la tormenta en el mar descrita en el evangelio de hoy, y entonces nos asustamos. Tal vez veamos a Jesús sólo de forma borrosa. Pero en un proceso de purificación como éste, de ningún modo el Señor nos ha abandonado; sino que se nos acerca y quiere que sepamos por fe que Él está ahí.

Ahora bien, ¿cómo podemos aplicar este pasaje evangélico al camino de la Iglesia?

También en la Iglesia puede haber tiempos de oscuridad, como por ejemplo cuando hay controversias que no se han solucionado; cuando la infidelidad y la pecaminosidad levantan grandes sombras; cuando la confusión sale a la luz y germinan falsas doctrinas, empañando e incluso distorsionando el rostro de la Iglesia.

En estos tiempos de incertidumbre, hay que aferrarse a la certeza de que Jesús está siempre junto a su Iglesia, aunque parezca no haber llegado aún para tomar las riendas y cambiar la situación de forma visible para nosotros. Tal vez sólo podamos verlo borrosamente; pero Él está ahí, acercándose a nosotros. Y nos dice: “No temáis.” Y resulta que la barca, que recién se encontraba en el mar encrespado por una violenta tormenta, llega entretanto a la orilla.

Aunque en un momento determinado no veamos ninguna luz, estamos llamados a creer. ¡El Señor no nos ha dejado solos en nuestro camino personal, ni tampoco ha abandonado a su Iglesia! Antes bien, Él conduce todo a la meta prevista por Dios. Sin embargo, pueden desatarse tormentas y oscuridades, que han de ser afrontadas en el Señor. Si permanecemos fieles a Él, saldremos fortalecidos de tales crisis y su Iglesia volverá a brillar, de tal manera que su testimonio de santidad atraiga a las personas y haga que la encuentren con más facilidad.

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“OS HABLO A TODOS”

En el Mensaje a la Madre Eugenia, el Padre Celestial nos dice: “Vosotros no me veis; a excepción de una sola persona: aquella a la que dicto este mensaje. ¡Una sola en toda la humanidad! Sin embargo, aquí estoy, hablándoos, y, a través de aquella a quien veo y a quien hablo, os veo a todos, os hablo a todos y a cada uno de vosotros, y os amo como si estuvierais viéndome” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

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