Llamar al Espíritu Santo con el nombre de “Consolador” se vuelve particularmente actual en estos tiempos, pues precisamente en épocas de tribulación y sufrimiento el Espíritu Santo está presente. Hay un tiempo para llorar y un tiempo para hacer duelo (cf. Qo 3,4). Esto hace parte de nuestra vida, y si vemos personas que no conocen tales reacciones, nos parece ser que no tienen corazón. Jesús mismo lloró por Lázaro (cf. Jn 11,35), y más aún lloró sobre Jerusalén, porque no reconoció la hora de gracia de Su Venida (cf. Lc 19,41). También Raquel lloró por sus hijos (Jer 31,35), y esta escena se repite cuando Herodes manda matar a los infantes (cf. Mt 2,18)…